Son tantos los tiradores mencionados para dirigir a la Selección Mexicana que bien podrían hacer ellos su propio equipo para jugar en una liga de aspirantes a mártires.
La baraja es amplia. Los promotores salivan mientras encienden cirios para sus representados. Currículum mata inteligencia. Comercialización mata estrategia.
Retirados ya de la brega en el banquillo, Berzot, Beckenbauer, Ramsey, Santana –donde quiera que estén– han de suspirar por los millones que nunca tuvieron y que ahora se despilfarran en manos de directivos voluntariosos que primero firman cheques y luego los multiplican de regreso a golpes de patrocinios, para ellos y sus federaciones.
Aquellos eran románticos, trovadores de la pelota, que se encasquetaban boinas y mentaban madres sin recibir cuatro jornadas de castigo.
Los entrenadores de ahora son diferentes a los de otra época que, al parecer, ya nadie extraña. En los albores de las transmisiones televisivas, se privilegió el juego bonito, que pronto se trastocó en juego por puntos. Los entrenadores y los jugadores saben que el pescuezo más frágil es el del futbolista. La cabeza cae pronto y fácil, si no hay resultados.
Lo comprobó Hugo Sánchez, que construyó su propio cadalso con bravuconadas.
¿Qué se pide para el entrenador que lo sustituya? Para empezar, que no prometa. No hay que ser el inventor del off side para saber, desde ahora, que el nuevo seleccionador va a tener que hacer votos de silencio ante los medios y de recato frente a las televisoras. Con el “Penta” se rompió el molde. Incluso él mismo, cuando regrese a dirigir al Tricolor –porque lo hará algún día, de eso estoy seguro– será tan mesurado y humilde como Diógenes, buscando la luz y la sabiduría en la contemplación.
El conocimiento nunca entra a la cabeza a través de una boca abierta. Eso el “Macho” lo descubrió tarde. Pero su caso es para el diván. Y quién sabe si algún día rectifique. Es de los que no abjuran de su religión aún y cuando los descoyunturen en el porto del tormento.
“El futbol arte no existe; sólo existen los resultados”, señala Dunga, el “Terminator brasileño” con paradójica precisión. Líder, capitán y prócer en un país donde a los mejores jugadores no los echan a la hoguera de los hechiceros porque hay fe bautismal de que son humanos, el líbero fue, en activo, fuerte y rígido, más al estilo alemán. Pero tenía cianuro en los tacos y una impresionante quijada de pitbull, que equilibraba las locuras de los atacantes.
El, que conoce como el que más el arte de la guerra, ha manejado a la verde amarela con precisión matemática, sin inspiración, si se quiere, pero con una buena cauda de resultados y prolongando la hegemonía carioca en el orbe.
Moreira y Zagallo llevaron al combinado de Brasil a cúspides que aún son inaccesibles el futbol mundial. Nadie ha igualado la perfección del Scratch du Oro de México 70. Telé Santana, alumno aventajado de la misma escuela, fracasó en España 82 y México 86, aunque su once jugaba divino (Para ellos fracasar es no ser campeones. Acá el fracaso es no tener un quinto juego). Parreira y Scolari, en Estados Unidos 94 y Corea-Japón 2002, hicieron que se tambalearan las campañas de Nike. Nunca Brasil fue tan apático. Pero fueron campeones.
Ahora se mencionan nombres que parecen de mesías desechables, animatronics en fachas de entrenador. Scolari, Pekerman, Lippi, Aguirre, Melchor, Gaspar, Baltasar. Cualquier nombre entra a la tanda. Hasta el “Piojito” Herrera se apunta. Un astrólogo puede anticipar el curso de los planetas. Todo México puede anticipar el curso del entrenador de la Selección Nacional, porque la historia se repite por generaciones enteras, como el ciclo de un perdedor en un mismo puesto.
El rasero está muy abajo. Hubo un fracaso de “Hugol” en el preolímpico, pero seguramente hubiera calificado a México al Mundial de Sudáfrica. Cualquiera puede hacerlo. Repito: cualquiera. Es cierto, las distancias se han acortado en el futbol, pero no tanto como para sucumbir frente a los “aguerridos rivales centroamericanos”, como piadosamente los llaman los comentaristas de las televisoras, para no ceder a la tentación del menosprecio.
Lo que le ocurrió a Hugo en Carson fue una tragedia griega que potencia sus dimensiones por el tamaño de los rivales. Un zancudo hundió al Titanic. Hay tan escasa posibilidad de corear victorias, en un país donde la pobreza es una enfermedad, y una que estaba al alcance se esfumó. Fue el colmo.
Viene un proceso de reestructuración que se parecerá a todos y a ninguno. Nunca había convocado tantos resentimientos un solo entrenador como el que se fue por la puerta de atrás. Hasta los mismos directivos se sorprendieron cuando tuvieron que aplicar la inyección letal. El monstruo se hizo enorme y amenazaba con salirse de control.
Buscan los dueños crear comisiones, nombrar delegados, tomar decisiones colegiadas. De corazón buscarán acertar. Pero si no lo hacen no pasa nada, son los que menos pierden. En el deporte más popular de México, nadie se identifica con sus colores, si acaso los aficionados que, fuera de la jugada, son los que más sufren.
Ya pronto será dado a conocer el nombre del ungido. Y la historia se repetirá. La silla del entrenador del Tri debería advertir en su cabecera: errae humanum est, para advertirle a él y a la afición que el margen para una equivocación es mayúsculo.
Habrá expectación, pero al final el saldo será idéntico y se cumplirá la profecía más puntual en México, que parece repetirse al infinito, esa que dice que, independientemente del nombre, el entrenador del Tri será un perdedor.