
Desde que Donald Trump asumió nuevamente la presidencia de Estados Unidos, la migración sigue siendo uno de los temas centrales de su agenda política. Con su retórica divisiva y deshumanizante, Trump continúa alimentando el miedo hacia los migrantes latinoamericanos, a quienes califica de “criminales” y “violadores”. Su enfoque no ha cambiado: construir un muro, rechazar solicitudes de asilo y aplicar políticas que criminalizan a quienes buscan una vida digna.
Hoy, en 2025, la situación sigue siendo crítica. En la frontera sur, en McAllen, Texas, los ecos de la política de separación de familias aún resuenan. En 2018, su administración implementó la política de “tolerancia cero”, separando a miles de niños de sus padres en un intento por disuadir la migración. A pesar de la indignación internacional y las demandas de cese de estas prácticas, Trump sigue promoviendo su visión de una frontera cerrada y hostil.
McAllen, una ciudad mayoritariamente latina, se ha mantenido como un punto caliente en la lucha contra estas políticas. Las protestas frente al centro de detención de la Patrulla Fronteriza en Ursula, en pleno centro de la ciudad, siguen siendo una constante. Organizaciones como Families Belong Together, RAICES y ACLU continúan alzando su voz, defendiendo el derecho de las familias a permanecer unidas y pidiendo el cierre de los centros de detención. Frente a la brutalidad del gobierno, el Valle resiste con marchas, manifestaciones y el apoyo de la comunidad local, recordando al mundo que la dignidad humana no tiene fronteras.
Sin embargo, las políticas de Trump no se limitan solo a la separación de familias. Con la implementación del Título 42, que justificaba la expulsión inmediata de los migrantes bajo el pretexto de la pandemia, miles de personas quedaron atrapadas en campamentos improvisados en Reynosa, Tamaulipas, a pocos kilómetros de McAllen. En condiciones desesperantes: mujeres, niños, personas enfermas y víctimas de violencia se ven obligadas a esperar durante meses en condiciones inhumanas. La violencia en estos campamentos es una realidad diaria. Médicos Sin Fronteras alertan sobre los niveles alarmantes de abuso, explotación sexual y enfermedades. La frontera, lejos de ser un cruce entre dos países, se ha convertido en un espacio de sufrimiento constante para miles de personas.
A pesar de las políticas migratorias de Trump, la resistencia no se detiene. Las ciudades fronterizas siguen siendo espacios de lucha. Las marchas no solo son un acto de protesta, son una reafirmación de principios éticos fundamentales: el derecho al asilo, la unidad familiar, la dignidad humana. La resistencia demuestra que, mientras existan comunidades dispuestas a alzar la voz, no todo está perdido.
Criticar las políticas migratorias de Trump no es solo una postura ideológica, es un imperativo ético y humanitario. La separación de familias, la expulsión de solicitantes de asilo, los campamentos de migrantes en Reynosa y el abuso sistemático contra quienes solo buscan un futuro mejor son prácticas que no se pueden justificar bajo ningún pretexto.