
Abrió sus puertas el año y pudiéramos decir que todo transcurría de manera normal, fuera de la inquietud natural de saber a qué rumbo pudiera llevarnos este 2020 en lo social, político y económico.
No había nada más de qué preocuparnos, fuera de la expectativa que nuevamente este año estaríamos destinados a vivir en serios aprietos para crecer un poco económicamente o, por lo menos, y en el peor escenario, nuevamente quedarnos congelados en un estancamiento financiero.
Enero y febrero transcurrieron como meses tradicionalmente normales, sin dejar de lado lo preocupante que se veía que las políticas públicas federales se seguían aplicando dentro de la sin razón y con muy poca lógica aritmética.
Pero ¡oh sorpresa! alguien que no estaba invitado a la fiesta llamado coronavirus quien llegó de Oriente, de pronto aparece y da un manotazo en la mesa principal.
Su llegada nos hace voltear vertiginosamente para mostrarnos su rostro iracundo y decirnos categóricamente que había algo en nuestros planes que no estaba considerado.
Casi sin poder reaccionar, nos enumera en orden cronológico una lista de desgracias que habremos de vivir en no menos de 6 meses; todas ellas acompañadas de un elemento inseparable: el miedo.
“El detrimento de la salud pública será mi primer objetivo —dijo— y habrán de sufrir una crisis sin precedente que les hará reconocer cuan precaria es su capacidad de atención humanitaria y qué lejos están de salvar vidas en un momento de crisis donde el tiempo no perdona y la ineptitud es clara.
Y no habrá tregua alguna. Solo la realidad asombrosa de ver llegar desde el otro lado del mundo un fenómeno convertido en pandemia macabra que arrastra a su paso con la vida de miles de personas en países “desarrollados”, quienes se vieron humillantemente rebasados en sus capacidades de respuesta.
Pero no todo queda ahí. “Habrán de sufrir -dijo- las consecuencias de no ser previsores y las economías más sólidas del mundo caerán aparatosamente haciendo estragos en las más débiles; consecuencia lógica de un efecto dominó sin precedente”.
“Se verán confundidos —apuntó— no tendrán capacidad para tomar decisiones inteligentes y sólo estarán dando palos de ciego, viendo cómo de pronto los hospitales se llenan de enfermos, rebasados en personal médico y equipos especiales para salvarlos.
“De pronto quedarán vacías las calles y llegará la calma que presagia la tormenta ¿dónde les quedará la arrogancia y el poder? ¿de qué les servirá la soberbia de sentirse indestructibles? Qué pena me dan”.
Hoy estamos solo esperando que este fenómeno siga su curso y muy pronto estaremos haciendo el recuento de daños siendo los más dolorosos, la pérdida de vidas humanas.
¿Qué somos ahora? ¡Nada! Solo una masa de gente que puede ser revolcada en un instante y perder todo lo que por muchos años le ha costado construir.
Las capacidades del ser humano son muy limitadas, pregúntenselo al coronavirus, la crisis que nos llegó desde Oriente.