La ignorancia y las supersticiones pueden conducir a decisiones destructivas insospechadas.
El Prodigio (The Wonder, 2022) denuncia las barbaridades que se cometen en el nombre de la fe. La cinta confronta las creencias de la enfermera Lib (Florence Pugh), frente a un aparente milagro, y confirma el valor del escepticismo, los hechos duros, el sentido común, que no deben ser doblegados por el anhelo de ver, donde no existen, supuestos hechos sobrenaturales, dictados por un orden divino que purifica.
Luego de pasar por dolorosas pérdidas personales, y sola en el mundo, la ruda Lib es llamada a observar, y tratar de explicar, lo que parece una obra de dios: la niña Anna (Kila Lord Cassidy) sobrevive rozagante a cuatro meses de inanición, lo que la convierte en una santa. En el entorno rural de Irlanda, a mediados del Siglo XIX, se le considera la elegida del cielo para demostrar los poderes de la fe y su casa se ha transformado en paradero de feligreses.
Para ser testigo de la taumaturgia de esta chica, la enfermera se encierra prácticamente en una habitación para vigilarla, turnándose como una rígida monja, que será su contrapeso. Por un lado está la mujer de ciencia, que descree en los fenómenos extraterrenales y, por otro, la religiosa que se aferra a la creencia de la intervención de los ángeles. En medio está una chica misteriosa, silente, prácticamente una ignorante, que únicamente repite que ella es instrumento del Altísimo para manifestarse en la Tierra.
El realizador Sebastian Lelio, otro de los genios que América Latina ha exportado al mundo, presenta en Netflix, para las pantallas caseras, una obra que es, simultáneamente, portentosa y discreta, y que se va rostizando a fuego lento. La novela de Emma Donoghue es transformada en una protesta contra el oscurantismo. En el nombre de las creencias, el individuo puede ocultar cualquier secreto. La mente obcecada puede confundir sus anhelos con lo que cree que dicta la divinidad. Los extremos son peligrosos cuando los secretos que se guardan tienen que ver con revelaciones insanas, aberrantes, horribles que no deben trascender el núcleo familiar.
Son esas ideas retorcidas las que le quieren imponer a Lib, que lucha contra un mundo controlado por hombres que, perversamente, se aferran a sus ideas preconcebidas y hechas para la manipulación. Ellos ven a las mujeres vigilantes únicamente como instrumentos de confirmación, no como agentes de confianza.
Con un formato de thriller de época, la película se va interesando pacientemente en la vida de los personajes que esconden severos dolores espirituales. La fotografía de Ari Wegner, auxiliada únicamente de luz natural y lámparas, encuadra entornos fantasmales que abruman. Con un extraordinario manejo de sombras, crea composiciones estéticas de ricas texturas que remiten a escenarios barrocos. Las comparecencias de los testigos, definidas con luces escasas, en cuartos desnudos de paredes deslavadas, parecen confesiones en juicio de Inquisidores, antes del tormento.
La acción está enmarcada por exquisita música sobrecogedora de Matthew Herbert.
La frustración motiva a la enfermera a forzar las pesquisas, mientras encuentra en un periodista escéptico un aliado que le dará consuelo afectivo, pero también el valor para confrontar los hechos, sin negociación mediante. Sin embargo, como lo demuestra la historia, la búsqueda de la verdad en cuestiones de religión, encuentra siempre fuerzas opositoras de quienes obtienen beneficios al mantener a la masa sometida a los designios de la divinidad.
Florence Pugh, muy familiarizada en temáticas de época, se ve excelente como la enfermera obstinada que lucha contra sus propios demonios para encontrar respuestas. Llega a apostarlo todo en un intento por evitar un atropello mayor que, desde la sinrazón, se cierne sobre la inocente chica que se cree portadora de dones prodigiosos, según le han repetido hasta convencerla.
Al final, se entiende que los dogmas que rigen las mentes cerradas permanecen inamovibles, por lo que hay que derrotarlos con astucia. A veces, una mentira piadosa puede resultar providencial.
Queda como duda si eran necesarias las escenas de inicio y final, en las que se incorpora otra capa de realidad, para alertar con un desconcertante mensaje aleccionador, sobre los alcances de la ficción, que puede ser contada en diversos formatos, como el de esta película.
El Prodigo es una pequeña gema de cine, que impacta directamente en las emociones.