
Lucas Armando Lobos Mack dejó Tigres y firmó con Toluca. Con los Diablos Rojos, el argentino naturalizado mexicano no ha hecho nada. Su paso ha sido más que discreto. Llegó como la esperanza escarlata en la media cancha, para armar el juego, como sucesor de Sinha. Pero, hasta ahora, en el inicio del torneo Apertura 2014, Lobos ha resultado una decepción.
Sin embargo, nada parecía anticipar lo que ha sido el gran fracaso de la temporada. El petiso era un crack. El solo se encargó de llevar a Tigres en el 2011 al ansiado campeonato, que sus sedientos aficionados celebraron, luego de 29 años de espera.
En ese año de ensueño, fue dos veces balón de oro del futbol mexicano.
El atacante nacido en La Plata, Argentina, llegó a Tigres en el Clausura 2008, procedente del Cádiz, de la segunda división de España. Era un oscuro jugador que en México se agigantó con un esplendoroso juego.
Tras alzar la copa, Lobos se convirtió en un histórico, un clásico felino, integrante instantáneo del salón de la fama de la patria universitaria.
Pero luego, su mundo se colapsó. Dramáticamente, Lobos dejó de rendir para el equipo. En las pasadas dos temporadas evidenció una marcada baja de juego. En el torneo inicial del 2014 no anotó un solo gol.
La afición estaba desconcertada, pero le quería. Cómo no, si Lobos era el único jugador que le daba alegría al ataque. Descendiente directo del linaje de Tomás Boy y Walter Gaitán, Luquita era capaz de echarse el equipo al lomo. Nadie, como él, se atrevía a driblar, nadie traspasaba líneas enemigas con el balón dominado.
El hincha es sentimental. Sólo así se explica que las viejas leyendas sean acogidas únicamente por la percha, no por la firmeza de las piernas. Lobos había dejado de rendir, pero la tribuna soñaba con un espectacular regreso.
Fue la directiva del equipo de la Universidad Autónoma de Nuevo León la que tuvo que tomar la decisión difícil. Los dirigentes no pueden, ni deben meter el corazón en esas deliberaciones.
Los números fríos indicaban que el orquestador era inservible. Sí, había dado valiosos servicios a Tigres, se le había pagado su peso en oro, pero era momento de echarlo.
Varios equipos se interesaron. Sonaron Atlas y América. Toluca se quedó con él. El entrenador choricero, José Saturnino Cardozo, le apostó fuerte al pampero. Lobos dijo que le dolía la partida y se veía genuinamente triste. Todavía tenía un año de contrato con los felinos, pero se consumó el traspaso.
Dicen, los que saben, que el jugador obtuvo una jugosa tajada por la firma. Para su fortuna, el cambio le generó réditos sustanciales.
La lección que deja Lobos es que el futbol termina. Es muy probable que haya dejado de entregar resultados, porque pasó por una crisis familiar. Pero alguien de su categoría y con su responsabilidad, debe tener la mentalidad para superar las peores contingencias, incluida ésa, la de un padecimiento que compromete la salud de un familiar muy cercano.
Lobos se encuentra en período de recuperación. Apenas ayer era un héroe, y ahora, acomodado en uno de los últimos lugares en la fila de aspirantes a ídolo, tiene que volver a hacer méritos, a trabajar pacientemente y a entregar buenas cuentas, porque, si no, el contrato se le vuelve a terminar.
Aunque, de cualquier manera, ya tiene el porvenir asegurado.