
El futbol tiene un enorme panteón, lleno de grandes figuras que han hecho las delicias de millones de fanáticos alrededor del mundo. Es el público el que se ha encargado de encumbrarlos, rendidos antes sus maravillas, elevando loas, llenando estadios, siguiendo sus aventuras en el césped.
Hay constelaciones locales, porque en cada liga hay su propio santoral de jugadores domésticos que quizá no trascendieron a otras esferas de reconocimiento más amplias que la aldea, pero que, sin duda, alegraron el corazón de muchos seguidores en cada una de esas tardes en las que eran vistos arrastrar el balón con destreza.
Hay también pléyades internacionales, con jugadores de mayor aliento, que trascendieron las fronteras de sus propias limitaciones regionales y orbitaron en el concierto globalizado del maravilloso juego, que brillaron en mundiales o en clubes de gran calado. Como sobran los nombres, no mencionaré ninguno.
Sin embargo, frente a los grandes jugadores, hay numerosos bodrios, tetrapléjicos, futbolistas que accedieron a la primera división profesional, que tuvieron reconocimiento público por el sólo hecho de ser profesionales, recibieron inmerecidamente atención de los medios y quienes, durante su carrera, demostraron carecer de las virtudes que les vieron, inicialmente, los buscadores de talentos.
A ellos se les conoce como los troncos del futbol. Los más crueles les llaman vacas echadas, estatuas, rígidos y los motejan con sobrenombres impublicables.
Para los próceres han sido dedicados estatuas, souvenirs, banderines, promociones, vasos conmemorativos, cajitas felices, museos y un salón de la fama. Para los troncos no hay nada, si acaso punzadas de dolor de quienes en ellos confiaron.
El mismo aficionado que corona a los mejores, tiene el derecho también de repudiar a los desagraciados, los infelices futbolistas que no fueron tocados por la mano del dios de las cualidades. Todos los jugadores profesionales tienen posibilidades de subir hasta lo más alto de la pirámide de este deporte. Si se hace referencia a dos de los más grandes exponentes del balón en la historia, se encontrará que surgieron de barrios marginales y que se abrieron paso en la vida con goles, gambetas y toneladas de talento que recibieron al nacer como gracia divina.
Los troncos también tuvieron esa oportunidad, pero no pudieron destacar por carencia de cualidades o, con frecuencia, porque no tuvieron la sabiduría para conducir sus carreras por el sino venturoso, y cerraron por estulticia la puerta que el éxito alguna vez les abrió.
Pero el público también los siguió con atención y se ilusionó con ellos. Fueron un producto que la tribuna consumió y que decidió desechar por insípido. Los aficionados al darle su atención a los troncos, al involucrarse en su trayectoria, siguiendo sus partidos, siendo sus clientes, tiene también derecho de censurar sus actuaciones, repudiarlos, reprochar su inoperancia. Así como aclama a los mejores, puede y debe arrojar al barranco a los inútiles que provocan su frustración, que los exasperan hasta las lágrimas, y que han provocado derrotas dolorosísimas. El aficionado ejerce su derecho a inconformarse, a demostrar que sabe de futbol y que tiene paladar para discriminar alimentos pasados, echados a perder que, con bastante frecuencia, son entregados fraudulentamente entre los seguidores del equipo como bocados de gourmet o, peor aún, como mesías, cracks, grandes luminarias. La verdad termina, siempre, por revelar sus asombrosos alcances y sus penosas limitaciones.
La denominación no está exenta de polémica, claro, porque el jugador que para unos es un inútil, para otros fue eficiente, aunque hay algunos futbolistas, la mayoría, me atrevería decir –y que cada quien recuerde su lista–, que concitan el rechazo generalizado porque fueron notoriamente inservibles.
Al categorizar a los troncos, el fan deja su cómoda postura pasiva frente al inmenso espectáculo y se involucra en él, retroalimentándolo, activándose como un factor más en el enorme entramado de este deporte en el que los aficionados son parte fundamental y sin la cuál la pelota no rodaría.
Cuando ubica a sus troncos, el aficionados forma parte del juego.