
Nunca tuve la oportunidad de saludarlo de mano, aunque admito que hubiera caído en shock como el católico con suerte que, escurridizo entre la multitud, se puso en la fila y pudo besar el anillo del Papa; tampoco llené una solicitud, ni mandé un reportaje, para ser seleccionado como alumno en el taller de periodismo de Gabriel García Márquez, la envidiable e inolvidable experiencia que vivieron muy pocos mexicanos.
Dos de ellos son de Monterrey: José Garza y Juan Carlos Martínez. El primero prestado por el gremio periodístico a la Universidad Autónoma de Nuevo León como director de Publicaciones y de la Casa del Libro; el segundo ex reportero de El Norte y actualmente radicado en Madrid.
En septiembre de 1998 el joven Pepe cumplió uno de sus sueños como estudiante de periodismo. Tomó un curso con el escritor y Premio Nobel de Literatura, organizado en Monterrey por su Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
A Pepe lo conocí a inicios de los años noventa cuando empezaban a reportear los recién egresados de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL.
Con talento de sobra, quería llegar tan lejos como se lo propuso en las aulas. Y ya entrado en su madurez no falló a las expectativas de sus maestros y colegas.
Con el paso de los años mi relación fue más estrecha, primero porque conocí a su padre, que sin duda descansa en paz, el profesor universitario e historiador Celso Garza Guajardo. También porque era del barrio donde pasé una etapa de mi vida en Monterrey, en la colonia Villa Mitras.
Un día de verano de 1993 tuve mi primer contacto con él. Trabajaba en El Porvenir en la sección cultural y me hizo una entrevista sobre un cuaderno de apuntes que la Facultad me imprimió.
Se trataba de mi corta pero intensa experiencia como enviado especial a la guerra de la exYugoslavia, específicamente al asedio de Sarajevo.
Finalizada su experiencia en El Porvenir, el hijo único del maestro Celso pasó a la redacción de El Norte como reportero de eventos culturales. En esos años las notas de espectáculos no eran consideradas para ocupar espacios en portada.
En la década de los ochenta y una buena parte de los noventa la vida cultural ocupaba espacios privilegiados en primera página, mientras las reseñas de conciertos, estrenos de cine y chismes de artistas rellenaban los espacios interiores.
Con la huella dejada al haber tomado un curso con García Márquez, Pepe mandó otra solicitud y fue aceptado por la FNPI. En junio de 1999 participó en el primer taller que dio el reconocido periodista estadounidense Jon Lee Anderson, en Cartagena, Colombia.
Así cumplió otro de sus grandes sueños, pisar el país donde nació el padre de obras que han marcado a muchos periodistas de habla hispana, escritas por el autor de Cien años de soledad, Relato de un náufrago y Noticia de un secuestro, entre otras.
Con el paso de los años he seguido la trayectoria literaria de Pepe, pero más aplaudo su sacrificio personal y familiar cuando cruzó el Atlántico para cursar un doctorado en España.
En algunos de mis viajes me han acompañado sus libros, sus crónicas y entrevistas, en un estilo narrativo que atrapa. Unos publicados en Hora Cero en exclusiva y que fueron parte de su más reciente producción titulada: En la piel equivocada.
Fue en esos años de vacas flacas, durante el posgrado en Madrid, cuando me contactó para proponerme escribir en Hora Cero. Eran los primeros años del nuevo siglo.
Nunca dudé en abrir las páginas de este periódico, ni tampoco quise ofenderlo con la recompensa económica, para una entrevista con el torero regiomontano Eloy Cavazos, y para la deliciosa crónica de un viaje en tren que culminó con una entrevista al futbolista mexicano, recién llegado al club Barcelona, Rafael Márquez.
Cuando supe de la noticia de la muerte de García Márquez me quise imaginar el luto de Pepe. Había fallecido su segundo héroe, sólo superado por su padre.
“Gabo es mi dios”, así bautizó un capítulo que hace años escribió en su libro Cuaderno de reportero.
Y en su perfil de Facebook resumió su sentimiento de dolor por la partida de Gabo con estas emotivas líneas:
“Tan cerca, tan lejos. La muerte, la vida. Llorar un ratito. Llorar de coraje por el sentimiento, la sensación de arrebato de una vida corta -la de la niña de mi prima Gloria-; llorar de tristeza por el sentimiento, la sensación de culminación de una vida larga -la de un autor como Gabo-. Llorar un ratito. Suspirar.
Agradecer. Agradecer la sonrisa de la niña Cristina y su testimonio de vida y de sus padres; agradecer la obra de Gabo y sus lecciones de escritura y periodismo. Alguna vez escribí una crónica, “Gabo es mi dios”; me revele devoto del deicida, de su estilo efectivo y con la tentativa a plagiarlo. De su idea del periodismo como un cuento. Fui su alumno. Soy su lector. Con el tiempo reconocí sus limitaciones y creció el afecto por cada uno de sus libros, entrañables. Sabíamos que estaba próximo este día: lo estaba anunciando y la crónica la escribiremos entre todos. Yo quiero a Gabo y lo abrazo, tan cerca y tan lejos, como a mi sobrina Cristina”.
Un día Pepe tendrá que ser menos funcionario y más periodista, para bien del periodismo y la literatura.