
La inercia, término físico para describir el impulso que adquiere una masa en movimiento, es utilizada como figura metafórica para describir males futboleros. En efecto, se habla con abuso de la palabreja al referir las costumbres que se acumulan y se hacen viejas porque nadie puede romper con ellas. Se deja que crezcan hasta enquistarse como parte de un paisaje, una cultura, un hábito.
Shane McKee, un directivo menor del combinado de Estados Unidos, se mofó alguna vez de la nula tradición futbolera de Tailandia y lo hizo frente a George Novoa un funcionario de la incipiente federación del balompié organizado en ese país, quien reconoció humildemente el señalamiento. Cuando el gringo no había terminado de reír, el asiático hizo referencia al box, y no tuvo que ir muy lejos para referir a Emmanuel Pacquiao, el mejor de todos que hacía temblar a los peleadores norteamericanos con solo aparecer en televisión. Las naciones tienen sus propias inercias que las hacen fuertes en uno de sus aspectos y débiles en otros. Todos los que conocieron de esa conversación aprendieron una lección.
Han fracasado los intentos por establecer explicaciones científicas sobre el poder histórico de Brasil y Argentina en el futbol, o de los mexicanos en el pugilismo en maratones.
Hablando de geopolítica, se cree que Estados Unidos es una nación poderosa porque al llegar los peregrinos encontraron tierra inhabitada sobre la que pudieron construir el mundo a su manera, a diferencia de los demás países de latinoamericana, donde los españoles destruyeron el subcontinente al sojuzgarlo con violencia y empobrecieron las naciones que conquistaron.
Los estudiosos aportan teorías que ayudan a establecer un norte para entender el mundo.
Lo mismo pasa en el deporte. Se aventuran hipótesis pero no hay una certidumbre que pueda derrotar una gambeta salvadora. No hay explicación del triunfo de Grecia en la Euro 2004 sobre Portugal, poderoso país anfitrión. Ocurrió y ya, con el ya desechado gol de oro en tiempo extra.
Después del Mundial de Sudáfrica 2010, España estrenó su corona en el Estadio Azteca enfrentando a México que dominaba el encuentro con un gol del Chicharito Hernández. Pero en los minutos finales, Villa hizo la travesura y el juego se empató. Un sicólogo conductivista podría explicar que en realidad el Tri no pudo soportar el peso de la historia y que los súbditos del rey Juan Carlos, con su sola presencia, establecieron con ellos un pacto silencioso para ordenarles, mediante señales inconscientes, que no ganaran el juego y que permitieran, de menos, el empate.
Cuando esto sea publicado, seguramente México habrá derrotado a Honduras en la semifinal de la Copa Oro. La historia de los catrachos es de intentos, no de éxitos. En futbol siguen viendo a México como el gigante de Concacaf. Estados Unidos los superó en un parpadeo a nivel de selecciones, pese a que la tradición del soccer norteamericano es recentísima.
Honduras sigue observando a los mexicanos como los enemigos a vencer, y cada vez que esporádicamente los derrotan, viven su propia fiesta nacional. Los futbolistas y aficionados de la patria de Pancho Villa, por su parte, ven con desdén a los centroamericanos, cuando, en realidad, son vistos también con desdén por otras organizaciones poderosas, principalmente europeas, ni que decir de los combinados de ches y cariocas.
Las inercias pesan, como pesa la historia. Es difícil explicarlo y entenderlo. Demasiado abstracto para ser expuesto. Lo mejor es sentirlo, para entender que los grandes campeones saltan a la cancha pensando, desde antes de que inicie el cotejo, que levantarán la copa.
Para ellos, es cuestión de actitud.