
Seguí con atención la locura semestral que se vive en México al término cada temporada de futbol, en la serie final donde los dos mejores equipos del torneo se disputan la copa.
Monterrey y Torreón fueron los equipos que se trenzaron en la arena para conquistar el título del torneo Clausura 2012.
Ya todos sabemos que ganó el equipo lagunero. Fue merecida su victoria. Fue el equipo que mejor jugó durante toda la campaña. Se agigantó en los momentos decisivos y al final encajó la pelota en el arco las ocasiones suficientes para abultar el marcador y declararse legítimo monarca.
En el concierto de felicitaciones posteriores a la sonada posesión del gallardete vi feliz al delantero Oribe Peralta, un muchacho lagunero, surgido de las fuerzas básicas de Rayados, que había sido echado, sin miramientos, al cajón de la basura. Estaba ahí, en el tiradero el “Cepillo”, como le llaman sus compañeros, como quinta rueda del coche, como tercer zapato, en una posición subutilizada.
No conseguía descollar Peralta. Hay que aclarar que bien se había ganado su sitio en el banquillo el delantero. Tuvo ocasiones para convertir, oportunidades para brillar, y las desaprovechó. Eso ocurrió en numerosas ocasiones cuando jugó con La Pandilla. No había razón para que se le diera oportunidad en el once titular. Hasta que emigró a Coahuila y un técnico con visión consiguió motivarlo.
Las indicaciones sobre lo que un futbolista debe hacer en la cancha se observan durante la semana. En el pizarrón del vestidor se dan indicaciones y movimientos. Pero ya cuando el árbitro silba, hay que sacar el extra, lo propio.
Eso le faltaba a El Cepillo que, con su número 24 no había conseguido dar ese salto cualitativo para obtener un lugar de inicio. Pero Benjamín Galindo, entrenador de Santos, lo rescató, le dio cariño, lo preparó y lo lanzó al estrellato.
Desde el torneo pasado, Peralta es el ariete mexicano más explosivo, que no el más espectacular. Pero nadie le puede reclamar su falta de chispa, si es que anota. No está hecho para las cajitas felices de comida rápida, como otros mil de alto perfil y de vocación mercadológica.
Diligente y discreto, Peralta juega y hace gol. No tienen ningún refinamiento. De hecho, su futbol es altamente rústico, pero también poderosamente efectivo. Sabe jugar muy bien a espaldas del marco y tiene un potente bazucazo con las dos piernas, si consigue acomodársela a modo.
No exageró Romano, el nuevo entrenador de Morelia cuando le dio estatura de “Chicharito” Hernández. Reitero la aseveración porque el tapatío tiene explosión, pero también carisma, algo que le falta a Oribe. Si se habla únicamente de futbol y lo que se hace con la de gajos pegada a los botines, hay muchos más aparejados con el chico maravilla del Man U.
A ver si Peralta aprendió a surfear. Va a ser convocado, seguramente, para los próximos duelos de México. Hay jugadores que se enrachan y se apagan. Se espera que el “Cepillo” siga en la cesta de la ola y se consolide. Es un caso extraño de florecimiento tardío. Pero su momento es ahora.