
Hablaba con un amigo del club Gimnástic, de Tarragona, de la segunda división de España. A este equipo pequeño, que juega en una ciudad mediterránea de arquitectura romana, se le conoce como el Nástic. El club polideportivo, el más antiguo de la liga profesional de su país, está enclavado en un bello pueblo que, sin embargo, tiene la desgracia, para sus seguidores, de quedar a una hora de distancia en coche, de Barcelona, el monstruo con el que se le busca, siempre en vano, contrastarlo.
El amigo me comentaba emocionado de las nuevas contrataciones del club. Me mencionó los nombres de algunos jugadores locales, que habían provocado furor entre al hinchada algunos pocos años atrás. Habían emigrado al futbol árabe, en busca de muchos petrodólares y habían decidido regresar al Nou Estadi, donde juegan bajo la dirección técnica de Jorge D’Alessandro.
Al menos eso es lo que anhelaba. Lo entendí.
Lo mismo pasa en todos lados.
En México, donde me encuentro ahora, la temporada inicia en julio, pero la afición no puede vivir sin los partidos. A falta de ello, recurre al futbol de estufa, como se le llama al período de especulaciones que hay previo a cada campeonato.
Los aficionados se la pasan en esa época entibiándose el corazón con expectativas, añoranzas. El sustituto del juego es la ilusión. Evocando contrataciones, de alguna forma se sienten unidos con las tardes de alarido que esperan. Hay incertidumbre sobre el futuro de sus estrellas. Leyendo del tema, charlando con sus amigos en la escuela o en el trabajo, están cerca del juego. Hay mucha emoción en ello.
Las empresas que manejan el balón lo saben. Desde ahora ya empezaron a lanzar sus campañas dirigidas a los seguidores. Las agresivas promociones de TV presentan estadios llenos, evocan grandes lances, jugadas que ocasionaron triunfos gratificantes. Imágenes de los goleadores en la explosión jubilosa.
De esa manera, los adictos a la adrenalina siguen el llamado. Van a la taquilla y adquieren sus abonos, o le dan a sus hijos el importe para hacerlo.
Los directivos conocen ese baile de las contrataciones, tan antiguo como el juego mismo. Se presentan en los entrenamientos, pretendiendo ignorar a los periodistas que, ávidos de noticias, ellos también, inflamado su corazón por el entusiasmo profesional, buscan novedades. Los jerarcas con cara estudiadamente aburrida, dicen que se aproxima tal fichaje, dejan dudas, dan probaditas. Y al final dicen lo que les conviene.
Y las mechas de la estufa se encienden, porque esas respuestas ambiguas o confirmaciones a medias, dan material para que los periódicos se vendan y los aficionados se emocionen, hasta que la contratación ya es presentada en forma, lo cuál ocurre cerca del inicio de la temporada.
A los medios de comunicación, claro, les conviene que la llama siga encendida. Por eso van y piden a los directivos que les arrojen croquetas informativas. A los periodistas, en épocas flacas, les gustan los snacks. Es difícil llenar los espacios cuando hay receso en la liga, o en cualquier liga.
La estufa, así, también es futbol. Y el aficionado la adora.