Las señales están ahí desde hace varios años. Poco a poco el descontento social se ha ido acumulando y de cuando en cuando encuentra la forma de explotar en formas que no siempre son las mejores.
Las noticias dan cuenta de ello. Los ciudadanos que están cansados de los asaltos, detienen, amarran y golpean a presuntos ladrones que luego son exhibidos en plazas públicas.
Eso es a quienes les va bien, pues hemos sabido de algunos rincones de la República donde los supuestos delincuentes son inmolados.
¿Y qué decir de los cada vez más frecuentes “vigilantes ciudadanos”? Personas que salen de su domicilio portando un arma de fuego que no dudan en utilizar cuando ven a una persona cometiendo un asalto a una unidad del transporte público o un negocio.
Aunque en teoría estas personas son delincuentes, pues han llegado a matar al agresor, gozan de la simpatía y el amparo de la sociedad que hace lo posible por resguardar su identidad en agradecimiento a su gesto.
También hay casos tan extremos como el de aquella población en Michoacán, donde un grupo de personas, cansadas de las amenazas y las extorsiones de un grupo delincuencial, decidieron cobrarse ojo por ojo y secuestraron a la madre del supuesto líder de la organización a cambio de la entrega de sus familiares retenidos.
Hay otras formas en las que el descontento social se refleja: están los ciudadanos quienes cansados de esperar que las autoridades acudan a pavimentar sus calles, deciden reunirse, juntar sus ahorros y realizar esta labor ellos mismos.
Una variante son los desempleados quienes cubren con tierra los baches y esperan la propina de los automovilistas por la labor que llevaron a cabo.
Todos estos fenómenos son prueba irrefutable que la paciencia de los ciudadanos a la labor de las autoridades está llegando al límite, lo que resulta un verdadero peligro para la paz social.
Porque no sabemos cuándo o cómo vamos a tener nuevos disturbios como los que se registraron hace unos días en Monterrey, donde un grupo de vándalos no sólo atacó el Palacio de Gobierno, sino que arrasaron con varias tiendas departamentales que fueron saqueadas.
Es cierto, estos vándalos no son los ciudadanos de bien que salieron por miles para protestar por el incremento en el precio de las gasolinas y otros impuestos estatales y federales.
Sin embargo, el resentimiento, coraje y malestar que estas personas muestran en sus protestas es algo digno de tomarse en cuenta, pues la línea entre gritar consignas en contra del gobierno y atacar uno de sus edificios es muy fina.
La inconformidad de los ciudadanos no cede, mucho menos cuando tenemos decisiones tan impopulares e injustificables como las que toma el gabinete de Enrique Peña Nieto en materia económica.
Sobra decir que el presidente de la República está perdido, que hace mucho que vive desconectado de lo que sucede en el país y para él México no es más que lo escrito en las hojas de reportes que diariamente le entregan sus subordinados.
Por eso tiene el valor de aventarse frases como “¿Ustedes qué hubieran hecho?” esperando con ella que los mexicanos entendiéramos que el aumento en el precio de los combustibles era necesario.
Pareciera que en estos tiempos lo mejor que pudiera hacer el presidente de la República es permanecer callado de aquí al próximo proceso electoral donde se elegirá a su sucesor.
México vive momentos difíciles, está en la encrucijada de decidir si el 2018 lo va a vivir en paz, seleccionando con su voto a quien manejará los destinos del país en los próximos seis años o se va por la vía violenta, para obligar al gobierno que escuche a sus ciudadanos.
A como se ven las cosas, la vía de la lucha política se antoja cada vez más lejana pues la gente está harta de los partidos y los políticos, a quienes no deja de considerar un grupo de parásitos.
Dios proteja a nuestra nación en estos días de tanta furia.