
Hablaré ahora anticipándome a hechos consumados. Cuando esta entrega sea publicada, el tema que relato será superado por la aplastante realidad, que a todo se impone y todo lo refuta.
La Comisión de Arbitraje de la Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) designó el viernes 11de mayo a Marco Antonio Rodríguez como silbante para el encuentro de vuelta entre Tigres y Santos, correspondiente a las semifinales del torneo Clausura 2012.
El juez conocido como Chiquidrácula tiene buen palmarés como sancionador de cotejos. Estuvo presente en las Copas del Mundo de 2006 y 2012 y es reconocido como uno de los mejores hombres de negro del país.
Es pastor evangélico y, como buen cristiano, también se equivoca. Pero, como si no lo supieran los directivos. Sus actuaciones van aparejadas por dos características: están marcadas por la rigidez en su juicio, lo que lo convierte en un sargento indomeñable, pero están contaminadas por el escándalo.
¿Ejemplos? Las finales que le silbó a Tigres y a Rayados en 2003 y 2005, respectivamente, donde expulsó a tres jugadores cada uno en decisiones cuestionadas en su mayoría.
Tengo una teoría sobre la forma tan precipitada de Chiquimarco de sacar tarjetas rojas: bajo esa coraza de severidad hay un ser incapaz de soportar la presión. Rodríguez siente que impone miedo y genera odio, y que la gente, en el estadio, lo quiere linchar. La manera más sencilla de liberarse de esa angustia es arroparse en la certeza. Cuando decreta una expulsión, ya sabe porqué es injuriado. La certeza lo serena y, ahora sí, ya puede conducirse con sobriedad. El cuadro es clínico y su abordamiento freudiano.
Un hombre no puede vivir de su prestigio. Un silbante no puede demostrar que tiene buen juicio únicamente porque lleva un escudo de la FIFA en el lado del corazón. Es necesario que repita de manera permanente sus buenas actuaciones. La solvencia le entregará réditos.
Cualquier samaritano que siga la liga mexicana conoce la ya legendaria actuación de Rodríguez en el juego último del torneo Apertura 2011, el inmediato anterior a este. Fue una locura. Santos y Tigres hicieron de esta llave decisiva una final de justicia. Fueron los mejores equipos de esa competencia.
En la ida, en Torreón, los felinos de Nuevo León adelantaron 1-0.
El regreso en el Universitario de la ciudad de San Nicolás, fue un desastre de desaciertos arbitrales. Marco no salió en su día. Sería tedioso enumerar los yerros en esa velada plagada de insalubres decisiones.
Al final Tigres se impuso con un marcador global de 4-1. Como ganó el equipo de casa, no hubo bronca por las decisiones del de la ocarina. Pero merecía ser crucificado, empalado, azotado, lapidado. Fue tan mala su actuación que se hacía un hecho que no volvería a protagonizar un duelo de envergadura mayor, como el que habrá conducido este domingo 13 de mayo en el estadio Territorio Santos Modelo, casa del equipo lagunero.
Precisamente en el más adverso de los escenarios, los directivos de la Femexfut le entregan el juego más importante de la temporada de los dos equipos con los que se vio involucrado en una feroz controversia.
Encontraría una justificación, si los federativos estuvieran buscando someterlo a presiones extremas para lanzarlo a competencias mayores. Pero, aún si así fuera, como parece ser la única razón, no era el momento para andar haciendo experimentos de confianza.
Los equipos se juegan montañas de plata en esos duelos. A algunos jugadores les cuesta el trabajo una derrota por decisión arbitral. Otros se encumbran por lo mismo.
Ese encuentro ya habrá sido dirimido al momento de esta publicación. Mi pronóstico es bastante sencillo: si gana Tigres, se dirá que Marco lo favoreció de nuevo, movido por los mismos intereses oscuros que lo llevaron a entregarle la copa en la final pasada. Si gana Santos, el árbitro lo hizo para compensar las fallas pasadas.
Los dos escenarios son, por lo menos, catastróficos para el prestigio del arbitraje mexicano.