
Tengo que cerrar estos círculos. No quiero irme con pendientes, no quiero cargar equipaje a donde sea que vaya cuando ya no esté aquí.
Disculparme y agradecer son mis prioridades. Solicitar un perdón que estoy seguro no merezco y decir gracias por todo lo bueno que siempre fue demasiado y también inmerecido– me ayudará a partir ligero.
Los planes, los proyectos, las esperanzas se van desvaneciendo como la niebla cuando llegan los primeros rayos del sol.
El tiempo –el implacable, el que nunca llega tarde– ya me reclama y tengo que dejar este cuerpo que durante años fue mi casa.
Irme así, como llegué, sin nada en las manos.
Decirle adiós a todos y a todo hoy que puedo. Hoy que quiero.
Soltar las amarras y perderme en la Nada que lo abarca Todo, en esa ausencia de tiempo y de espacio, volverme apenas menos que la humedad de una lágrima.
¿A dónde puedo ir que más valga?
Parto en silencio, acompaño a mi sombra en nuestro último trayecto y solo, como llegué, así me retiro.
Allá –aquí– se quedan las risas y las sonrisas, los comentarios irónicos que nunca pude dejar de enunciar, los recuerdos que sembré por todos lados, aunque no siempre germinaron.
También se quedan los temores, los sinsabores, las incógnitas y las ganas de aprender.
Me voy como se va el agua entre las manos, como se desvanece el humo de un cigarro o un suspiro enamorado.
Me voy sin tristeza ni alegría porque ni eso cargo: ni presente ni pasado: sin conciencia, sin recuerdos.
Me voy en silencio, como siempre lo he deseado.