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En tierra de faraones

24 de octubre de 2011 por El Tifoso

Hace algunos años circulaba en una furgoneta por la avenida El Sadat, en el congestionado centro de El Cairo. En la capital de Egipto hay semáforos, como en todo el planeta, pero aquí son mayormente ignorados. No hay casi puentes peatonales, así que los transeúntes se aventuran a zigzaguear entre los coches. Para su fortuna hay una sobredemanda de vehículos lo que entorpece la vialidad y las personas a pie pueden cruzar con una cierta facilidad, pero siempre exponiéndose a una embestida.
En uno de esos embotellamientos vi pasar frente a mí a tres chicos vestidos con sus uniformes del Al-Ahly, el añoso equipo de la capital faraónica, conocidos como los Diablos Rojos, por su tradicional uniforme escarlata. Los uniformes de los muchachos eran réplicas, y en el pecho portaban el anuncio de la compañía telefónica Vodafone, principal patrocinador de la liga de 16 equipos. Mi acompañante me explicó que era frecuente que los equipos amateurs de todo el país llevaran nombres de los clubes nacionales prominentes, aunque también les encantaba bautizar a sus escuadras con otros motes como Barcelona, Real Madrid, Manchester, Milán, Boca Juniors.
Esos muchachos iban a tomar el transporte colectivo para las canchas de Saqqara, ubicadas en los linderos de la metrópoli, hacia el oriente, donde está la zona arqueológica de las pirámides, una de la más visitada del mundo.
Ese día, los integrantes de la misión de Concacaf teníamos una reunión cerca de ese sitio y mi acompañante ofreció llevarme en ese momento a ver alguno de esos partidos. Como teníamos tiempo de sobra, gustoso acepté.
Llegamos a un conjunto deportivo del más puro estilo de colonia, nada diferente a las canchas donde, cuando éramos chicos, todos alguna vez jugamos en México.
Ese enorme erial estaba cubierto por una fina capa de arena. Toda la ciudad de El Cairo está cubierta en sus grandes edificios y sus mil minaretes por polvo. Llueve muy poco en esa región del planeta, con temperaturas promedio por encima de los 30 grados centígrados al año. En cualquier lado, la llovizna enjuga la ciudad. Pero en esta caldera africana no hay nada de eso. La cercanía con el desierto ensucia todo.
Los muchachos acostumbrados a las tolvaneras y al viento, según deduje, se atareaban en arrastrar la pelota en una de las 13 canchas que conté. Ahí las porterías carecen de redes. El árbitro debe estar muy atento para marcar los goles. Comprobé, como me dijo el guía, que algunos equipos llevaban uniformes de equipos de la liga española. Para mi sorpresa, un equipo se llamaba Estudiantes, así en español, y portaba el uniforme del once del equipo de académicos de medicina del Río de la Plata.
Había en el extenso polígono un ambiente de romería. Centenares, quizá miles de hombres jóvenes, anegaban ese espacio que estaba a un lado de las famosas pirámides de Keops, el conjunto arqueológico custodiado por la majestuosa esfinge de Giza. Ni uno solo de los jugadores observaba la maravilla arqueológica, como yo, turista estupefacto, veía con arrobo. Me dijo mi acompañante que todos estaban tan acostumbrados a pasar todos los días bajo los monolitos que ya ni los veían, porque eran parte de su paisaje como, suponía, los mexicanos pueden no ver la Pirámide del Sol de Teotihuacán, si son sus vecinos.
Había en esos muchachos un entusiasmo que reconocí universal. Reclamaban las faltas al árbitro, coreaban sus goles, se empujaban rijosos, desbordaban, centraban a gol y se recriminaban entre ellos si fallaban. A los costados del terreno, había algunas tomas de agua que eran ocupadas por largas filas de chiquillos que se hidrataban en los entretiempos. Abundaban vendedores de refrescos, emparedados con aderezos y fiambres, paletas heladas, bolsas de agua. Los entrenadores cubiertos por el turbante, para protegerse del inclemente sol, despotricaban en árabe quien sabe si contra sus pupilos, los contrarios o el silbante.
Al final de los partidos, había intercambio de saludos y dispersión.
Recordé una estampa similar que vi hace algunos años en Dakota del Sur, en Estados Unidos, una mañana en un complejo deportivo de primer orden, con una infraestructura completamente opuesta en calidad, con césped fresco, uniformes completos, mallas en perfecto estado.
Pero al final la pasión era la misma.
No importa si el arco es de oro o de madera. Los jóvenes viven con la misma intensidad el futbol.

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