
Lo que ocurra en México en el 2024, tendrá amplias repercusiones en todos los confines del planeta. Lo han dicho los hombres más ilustrados y lo confirma la propuesta luminosa del humanismo mexicano. Así fue en 1824, en 1856 y 1917. Este país vuelve a convertirse en la punta de lanza de las grandes transformaciones que permiten recuperar el sentido humano de la vida, con todo lo que ello representa y que tiene que ver con la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Quienes peinan canas saben lo que significó ser mexicano en la era revolucionaria. Hombres a carta cabal, cuya palabra era ley, cuya honorabilidad emanaba de la justicia en sus acciones. Señores, no por lo que eran o poseían; sino, por lo que hacían. Personas de carne y hueso que respetaban al prójimo, honraban a su familia y dedicaban sus afanes a procurar el bien común entendiendo que si uno no se salva, nadie se salva; gente que aprovechaba los frutos de la naturaleza, pero sin explotar la tierra y mucho menos al ser humano sacando raja de sus debilidades y condiciones.
Por aquellos tiempos, cada uno era libre de decidir su destino y el régimen político proporcionaba los medios y los modos para que estuviera encaminado a ser provechoso para sí y para los demás contribuyendo al progreso general. La igualdad de oportunidades estaba abierta para todos y la igualdad ante la ley garantizada por el texto constitucional que vino a ser la primera constitución social del mundo. Los hombres libres e iguales no tenían otro camino que el amor y la solidaridad.
Pero, vinieron las hordas neoliberales e hicieron a los mexicanos esclavos del consumismo, de las pasiones, de los apegos, de la avidez de posesión. Los iguales dejaron de serlo porque un peso debajo del colchón hizo sentir magnate a Juan Pérez y, de pronto, unos fueron más iguales que otros. Los sentimientos se pervirtieron hasta convertirse en un sentimentalismo ramplón que enmascara los odios, los rencores y la desconfianza que se genera con la acumulación de bienes y de personas.
Los medios masivos de comunicación se encargaron de llevar hasta los más apartados rincones de la geografía y los más íntimos ámbitos del hogar, su carga insidiosa de manipulación subliminal para estimular la avidez y posesión de bienes absurdos. Justificaron el despojo y volvieron cotidiana la violencia al mismo tiempo que pervirtieron el sentido de la justicia y enarbolaron la permisividad para que todo el sistema se pusiera al servicio del capitalismo salvaje y depredador.
El mismísimo aparato de la justicia se entregó a los poderosos. Las pesadillas más atroces imaginadas por los grandes genios de la creación literaria se quedaron cortas frente a los extremos de la perversidad que entroniza al mal como un nuevo dios. El castigo del infierno después de la muerte dejó de tener sentido porque el pobre fue sumergido en un gran océano de dolor y desamparo. Lo más sublime del ser humano, el trabajo, se trocó en motivo de sufrimiento.
Por ello, Jean Luc Melenchon dijo en el Congreso Nacional que la Cuarta Transformación del acontecer político de México debe triunfar para enseñar al mundo que la recuperación del sentido humano de la vida es posible, y, además, que puede lograrse por la vía pacífica mediante el voto mayoritario y meditado de la gente que aún conserva su calidad como ser pensante. Lo han reiterado todos los que de un modo o de otro, se afanan en la cátedra o en la trinchera por volver a la razón.
Mientras tanto, ¡Feliz Año Nuevo!