
El Mundial Sudáfrica 2010 demostró que el pedigrí de los equipos no garantiza buenos partidos, y que las grandes figuras suelen esconderse, como los súper héroes de las comedias, cuando más se les necesita.
La FIFA, al igual que el Vaticano, crea siempre buenas nuevas entre la feligresía y demanda siempre de sus numerarios la creencia de que existe un mundo nuevo, mejor, donde todo permanece en estado de gracia.
Ese mundo maravilloso, que ofreció el gran corporativo internacional del balón, permaneció en el aire como una voluta de humo que desapareció pronto con la finalización del torneo y la colisión frontal con la realidad. La expectativa fue inflada, ahora más que nunca, por el poder demoledor de la mercadotecnia que derrumba cualquier asomo de incredulidad y que tiene la obligación de imponer y fijar ideas, como la de afirmar que la Copa del Mundo en el exótico, empobrecido y misterioso continente negro resultaría trepidante.
La verdad otra vez se irguió frente a las narices del público en todo el mundo, como una perfecta terapia de choque: la justa africana resultó una de las peores, con un nivel de juego ínfimo y con equipos cicateros, tacaños, que acapararon la bola buscando, como prioridad, seguir respirando al final de cada encuentro.
Ahora el balón gira de nuevo pero en la triste esfera doméstica, donde se libran batallas como la del Club Deportivo Luis Angel Firpo contra Alacranes del Norte, en el torneo salvadoreño; o Jaguares contra Estudiantes, en el mexicano; el Saprisa y el San Carlos se mide en Costa Rica. En Paraguay el Sol de América tiene compromiso contra el Cerro Porteño.
Apenas ayer se anticipaban choques de trenes entre Portugal y Brasil, México-Argentina, España y Holanda. Parece que el deseo viaja exclusivamente en tranvía y no llega a los estadios y a ningún lado en la patria del futbol.
Nadie está para verlo, pero allá en los recovecos del balompié de países apocados por el escaso desarrollo social, en torneos chicos que no merecen atención del mundo, hay trepidación y no dudo que se vivan emociones inéditas y cierres de alarido. No se requieren estrellas bordadas en el pecho para exhibir orgullo y dignidad en la cancha.
El torero regiomontano Manolo Martínez afirmó en una entrevista confesional que la vez que mejor toreó en su vida fue un mediodía en Guanajuato, cuando era don nadie, sin fama ni cartel, mientras amenizaba una pachanga para ganaderos. Se sintió amo de la fiesta brava y aseguró que nunca volvió a torear con la misma perfección. Pero no hubo registro de esa epopeya más que el de su memoria.
En cualquier lugar surge el milagro. No necesita venir a venderlo Joseph Blater, ni anunciarlo el arcángel Gabriel. Ocurre que hay unos partidos que tienen mayor rating y, claro, innegable trascendencia, pero aún así, se cotizan como piritas de oro, sabiendo que, por lo general, se cumple máxima que anticipa que equipos grandes juegan un partido pequeño.
Ahora todo el mundo vuelve a refugiarse en sus equipos de ciudades que no reciben honores de la prensa porque no han ganado copas intercontinentales, ni orejonas, ni recopas. Pero en cualquier lado sale la inspiración, la magia. En el mundial sudafricano el Inglaterra-Alemania se anticipaba como bocado de reyes y, se definió en sucesivos contragolpes que dejaron comatosos a los británicos antes de tiempo. El Kaiser le dio dos bofetadas a su majestad la reina Isabel. En verdad, el juego que mereció desfibrilador cardíaco fue el insospechado Uruguay-Ghana de cuartos de final. Y nadie daba medio cedi por ese encuentro.
Inicia en México el torneo centenario 2010.
En un mundo compacto, al alcance de un clic, el aficionado debe refugiarse en su aldea y apreciar lo que tiene.
Que ruede don balón, veamos que novedades arroja en diciembre. v