
Nada tiene más valor en la vida que la salud.
Se puede tener todo tipo de comodidades, posesiones, buen nivel de vida, títulos, solvencia económica, poder, etcétera, pero si no se tiene buena salud de poco -o nada-, sirve gozar de estas ventajas.
Nada trastoca más la tranquilidad de un hogar que tener un miembro de la familia con alguna complicación de salud, con algún padecimiento que comprometa su estado físico e incluso, ponga en riesgo su vida.
A esto habría que agregar que no siempre se tiene la facilidad económica para solventar la atención médica e insumos que se requieren para sobrellevar algún padecimiento.
Al apremio económico habría que agregarle el desgaste físico y moral de la familia que se ve sumamente afectada por la situación.
Hoy por hoy vemos como las instituciones de salud pública están colapsadas, rebasadas por los miles de enfermos que tienen en ellas la única alternativa de atención médica, pues su nivel socio-económico no les da para más.
Y una prueba clara de ello es el momento crítico por el que hoy atravesamos, producto de la pandemia del Covid-19 y que en muy poco tiempo puso “al desnudo” la deficiente capacidad del sistema de salud pública del país.
En circunstancias normales poca sería la diferencia, porque la salud de las personas genera tal demanda de gasto, que siempre tiene en jaque a los gobiernos para poder ofrecer una cobertura completa de atención.
Pero volvamos al tema de inicio. Las pocas personas que sí tienen capacidad propia para solventar una crisis de salud en el hogar.
Son múltiples los ejemplos de familias que se han quedado en la “ruina” por darle al familiar enfermo todo lo que amorosamente y en derecho requiere para atender su estado de salud. Muy frecuentes y cercanos son los ejemplos de que por más lucha que se hizo, no hubo un final feliz.
De ese tamaño es el valor de la salud.
No solo calculado en pesos y centavos sino además, en el desgaste físico y moral que experimenta la familia del enfermo, ante la angustia y desesperación de no poder hacer más por su ser querido.
¿Y qué de los pobres? ¿De los que no tienen acceso a ninguna opción de atención a la salud? ¡pues nada! Solo abrazarse de su fe, echar mano de cualquier cantidad de remedios caseros esperanzados a que obre en ellos el “milagro” de la sanación.
Somos por desgracia un país con altos niveles de morbilidad consecuencia propia de una cultura pobre en hábitos alimenticios, donde la obesidad ha sido la madre de todas las desgracias.
Por eso han florecido las compañías de seguros ofreciendo cobertura de gastos médicos mayores, y aún cuando su desempeño está lleno de trámites y exigencias, no deja de ser “una tabla de salvación” para quienes tienen la oportunidad de contratarlos.
¿Entonces podríamos cuantificar el valor de la salud? ¡No!
Porque su valor es intangible, como intangible es el cuidado y respeto que debemos tener por nuestro cuerpo que es un regalo de Dios.
¡Hasta pronto!