Parecía que la peste bubónica se hubiera extendido por todo el país. México fue derrotado por Honduras en la eliminatoria de Concacaf y el cielo se cayó. El Tri avanzó pero arrastrándose hacia el hexagonal final que dará tres boletos para el Mundial de Sudáfrica 2010.
En un país atacado por desgracias recurrentes, se requieren siempre culpables. Famélicos de victorias, buscan asideros para volcar las pasiones contenidas. No se pueden disimular los fracasos, y el rencor se supura por las heridas infectadas del atraso, la crisis, la corrupción y el crimen galopante.
Ahora el villano es un sueco conocido como Sven Göran Eriksson, quien tiene como trabajo el de director técnico de la Selección Mexicana de Futbol.
El equipo tricolor avanzó en la competencia gracias al Mister que llegó desde el Viejo Continente. Pero lo hizo perdiendo la figura, sin garbo y sin el señorío que lucieron sus antecesores, que caminaron por la eliminatoria y tomaron cómodamente una butaca para participar en las copas del mundo.
México se vio categóricamente mal, eso es un hecho incontrovertible.
Pero la sobre dimensión con la que se ha tomado la derrota ante Honduras parece que el equipo verde era la superpotencia que han vendido las televisoras y que el descalabro es como la deposición de un ministro, el derrocamiento de un rey.
La aduana catracha no era territorio para medir fuerzas. No hubo, siquiera, un encuentro lucido, entre el tremendal que se convirtió la cancha y el aguacero imposible, se celebró una victoria con un autogol. Honduras tuvo su día y le tocó sonar las campanas con júbilo, como lo ha hecho México en el pasado.
No mucho antes, apenas en los 90, el equipo tricolor derrotaba por diferencia de cuatro o cinco goles al combinado norteamericano. Los humillaban de visita y en el domicilio propio.
Pero las distancias se acortaron y los gringos ya alcanzaron a ese gran mito que era el gigante de Concacaf. Ahora cualquiera le gana al Tri. Ya no hay sorpresa cuando Jamaica presenta un cuadro troglodita, sin idea y con mucha fuerza y derrota al once mexicano con velocidad, centros por alto y zapatazos providenciales.
Sólo hay frustración y ganas de enviar al sueco a la hoguera porque se le quiere hacer representante de toda la desgracia del país, tan apegado al futbol.
Quizá es tiempo de que México se ubique y encuentre su verdadero nivel en el concierto internacional. Tal vez el impulso se agotó. Las selecciones sucesivas de Mejía Barón, Lapuente, Aguirre y Lavolpe, dejaron su impronta y culminaron el ciclo histórico alto del país en el que no se obtuvo ni un solo campeonato en serio. Tal vez sea tiempo de recomenzar.
Los europeos no son la solución, eso ya se sabe. No se puede confiar en un draft de jugadores desempeñándose en el extranjero cuando “Kikín” Fonseca se convirtió en estrella en la liga portuguesa.
Habrá que ver si la fama actual ya se agotó como las vetas de minerales preciosos, y si es necesario buscar otra leyenda para fortalecer la autoestima del futbol nacional.