
De paso por Monterrey vi la final del torneo invernal 2010 del futbol mexicano. Rayados de Monterrey derrotaron categóricamente a Santos, del área denominada La Laguna, contendida en los límites de Durango y Coahuila.
Después del campeonato conquistado, los aficionados regiomontanos se lanzaron a la calle a celebrar. No me sorprendió la magnitud del festejo. De hecho, los seguidores de este equipo se cuentan por centenares de miles y son una de las parcialidades más fieles en todo el balompié mexicano.
Hay otros equipos que tienen registros más impresionantes como, digamos, Toluca, Chivas y hasta América que no tienen la penetración con sus aficionados como esta escuadra del norte de la República Mexicana. Las organizaciones anteriormente mencionadas, no llenan los estadios como ocurre en el Tecnológico cada 15 días, un fenómeno impresionante, si se considera que Rayados es un equipo de medio pelo que recientemente ha tenido un repunte estadístico con una raquítica cifra total de cuatro campeonatos, todos en torneos cortos, en comparación con sus 65 años de historia.
Bueno, pero tras ceñirse la corona su fiel fanaticada enloqueció.
Como una constante del festejo, los seguidores de este equipo conocido como La Pandilla, hicieron mofa de su rival de la ciudad, Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), una escuadra con prosapia, identidad propia, pero con escasa suerte. Desde hace ya 29 años que no celebran un campeonato. El juego entre Tigres y Rayados es conocido como Clásico del Norte y es el duelo entre identidades regionales más importantes después del infladísimo Súper Clásico de Guadalajara y América, siempre animado por el poder arrollador de Televisa, propietaria de este.
En Monterrey, los aficionados cantaban en pleno festejo: “¡Hay que brincar, el que no brinque, se va al Volcán!”, en referencia a la sede del equipo felino. Las puyas naturales caían como diluvio.
Esa misma noche, en plena euforia, los jugadores también festejaron en el vestidor coreando: “¡Y ya lo ven, es para Tigres que lo mira por TV!”
Al día siguiente del campeonato, Rayados tuvo un desfile por las principales calles de esa industriosa ciudad. La apoteosis del júbilo llegó en la Gran Plaza de Monterrey, el corazón del Estado, sede recurrida para los grandes acontecimientos. Ahí, frente al Palacio de Gobierno, los jugadores de Monterrey y sus aficionados volvieron a lanzar consignas contra Tigres o, mejor dicho, lanzar cacallacas para hacer escarnio del equipo archirival.
Después de los festejos hubo voces que se quejaron de las bromas y las alusiones de Rayados hacia el equipo de la UANL. Se les acusó a los jugadores de Rayados de falta de categoría por ensañarse innecesariamente por el otro equipo de la ciudad. Los principales medios de comunicación impresos y electrónicos de esa ciudad, después del campeonato se mostraron sin pudor como parciales seguidores del equipo de rayas y también contribuyeron a la atmósfera de atosigamiento sobre los alicaídos universitarios.
Observaba la algarabía de los Rayados y sus seguidores y la carga de cuchufletas hacia los de bengala que algunos tildaron de hirientes.
No vi ninguna ofensa. Creo que ese tipo de lancetazos son parte del futbol, un deporte que no se juega entre monjes, ni entre señores de corbata, sino entre jugadores de pantalón corto que meten la pierna fuerte, y una tribuna donde se permite la cultura de la mentada, y donde no es infrecuente la riña.
El que gana celebra y el que no gana guarda silencio. O puede entrar en rebatinga por el gozo ajeno, pero en el entendido de que sus dichos van a ser siempre interpretados como saldo de la envidia.
El futbol no es un taller de literatura donde se critican con decoro las fallas de los otros. El futbol es pasional, de enfermos por el balón, de dementes que deliran por la playera. Eso lo sabe cualquiera que se precia de ser buen aficionado. Aclaro, dándolo por supuesto, que me declaro enemigo acérrimo de la violencia y pido que sean desterrados los agresores de las tribunas.
Yo me refiero a lo otro, lo de la confrontación de los dichos, lo de los duelos de porras y de invectivas, de comentarios que en este país se llaman carrilla. El balompié necesita la pimienta que dan los intercambios entre las barras.
Los que se quejan de que el otro equipo presume la copa que acaba de levantar, y se ríe cruelmente de quien no la tiene, pues puede mudarse a otro deporte, quizá al ajedrez, para que aplauda sentado civilizadamente un duelo de estrategias entre tipos ceñudos y geniales, que mueven caballos y alfiles del tamaño de un pulgar.