A partir de los años 70, cuando El Norte se convirtió en el periódico con mayor número de lectores en Nuevo León desplazando a El Porvenir, los políticos gobernantes empezaron un ritual acudiendo a sus oficinas para hablar con los directivos.
Se trataba (y se trata hasta la fecha) de visitas casi obligadas para intentar convertir esas entradas al majestuoso edificio de Washington y Zaragoza, en posibles entrevistas que seguramente se publicarían al día siguiente.
Desde gobernadores, rectores, alcaldes y secretarios; senadores, diputados federales y legisladores locales en turno, los pasillos del periódico de los Junco se llenaban de caros aromas y era (y es) pasarela de hombres vistiendo trajes de modistos exclusivos.
Esas entradas y salidas se daban (y se dan) sobre todo cuando El Norte salía en sus primeras páginas con alguna denuncia o reportaje incómodo, que merecía que los funcionarios públicos o voceros de las dependencias involucradas ejercieran su derecho de réplica.
De esa forma y a manera de loca carrera, cuando el teléfono de una oficina pública sonaba y se escuchaba la frase: “hablamos del periódico El Norte”, la mayoría de las agendas sufrían modificaciones pues fulano o perengano tenía (o tienen) que cumplir un llamado casi divino.
Habría que estar desubicado para desatender esas seductoras invitaciones a las oficinas de Washington, para aclarar, desmentir o precisar el contenido del reportaje publicado o, en el mejor de los casos, para tejer amistades que entre El Norte y los políticos existen con mayor frecuencia.
“Soy fulano de tal, reportero del periódico El Norte”, “hola, hablo de parte del director equis de El Norte”, “me permite, le voy a comunicar a…”, con esas frases escuchadas por teléfono se amargaba el día a un funcionario de cualquier nivel.
Así sucedió en los últimos sexenios, con excepción de Natividad González Parás y en los últimos años con Sócrates Rizzo García, cuando se enconó la relación Gobierno del Estado y El Norte.
Pero fue otra película, de bastante miel, con Alfonso Martínez Domínguez, Jorge Treviño Martínez, Fernando Canales Clariond y en el interinato de nueve meses con Fernando Elizondo Barragán, en ese entonces consuegro de Alejandro Junco de la Vega.
Ahora la pregunta que flota en el aire es: ¿cuál será la relación que tendrá el futuro gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, con El Norte?
Con un periódico que buscó, haciendo hasta lo imposible, en provocar su derrota en las urnas el 5 de julio pasado. Que intentó hacer ganar al PAN y a su candidato Elizondo Barragán, y que perdieran el PRI y Medina.
Un medio que sucumbió a otros intereses, menos a los de sus lectores que en los últimos 30 años confiaron en el contenidos de sus páginas y en sus espacios editoriales.
Y que en tres meses de campañas perdió la ética, seriedad e imparcialidad que ganó en tres décadas al poner en práctica una estrategia editorial nunca antes vista, obsesionado con influir en sus lectores y provocar la derrota de Rodrigo Medina.
De un Norte que había sido factor en las victorias o derrotas de candidatos y partidos en el pasado, pero que en 2009 evidenció todas sus debilidades.
Lástima por el periodismo de Nuevo León que, con El Norte como ejemplo y estandarte, llegó a tener un peso importante en el contexto nacional.
La respuesta sobre la relación que tendrá Medina con el periódico “será de respeto… pero sobre todo a distancia”, lo adelantó un miembro del equipo de campaña del gobernador electo.
Caídos de la nube donde andaban, los directivos de El Norte ahora deberán esperar hasta 2015 cuando el PAN vuelva a tener a su próximo candidato a gobernador para enarbolar nuevas contiendas, con un Fernando Larrazábal Bretón listo para cuando se encienda el verde.
Hay una frase que reza: “Tarde que temprano el tiempo (y las campañas) ponen a cada uno en su justa dimensión”.