
En este año Televisa se consolidó como el mayor instrumento del diablo para dominación de la gente en México. La confirmación de su hegemonía ni genera escándalo, porque se repite cada año, cuando la acumulación de sabiduría sobre las herramientas para transmitir información hace que brote por espontánea generación una máquina que sustituye a las anteriores para hacer más placenteros los programas que le dan a comer, a cucharadas a los mexicanos y, por extensión, al público de habla hispana.
Los contenidos son una aberración, pero el mensaje se utiliza para manipulación excesiva de los paladares visuales nada exigentes, adormecidos. La masa consumista que tritura galletas, refrescos, pantalones y computadoras al gusto del vendedor.
Precisamente en el momento en el que la televisión comercial-oficial consolida su poder omnímodo, ocurre la final más aburrida de la que se tenga memoria en el futbol mexicano. Pumas y Monarcas que llegaron como finalistas en este torneo Clausura 2011 escenificaron una batalla a huevazos más que un partido de futbol. Parecía, el espectáculo denigrante, un juego de párvulos desordenados que se fastidiaron rápido y querían ya irse a casa.
Televisa empleaba, durante el duelo, la tecnología de punta que le legó la NASA en sus experimentos de ultrastop motion, que congelaba en pleno éxtasis el instante preciso del zapatazo, que antes conservaba su eternidad en una repetición instantánea y que ahora se queda grabada en una animación suspendida en vivo y a todo color. Pero lo que ocurrió sobre la grama no ayudó a su lucimiento.
Los jugadores hicieron su parte, al tender una hamaca para disfrutar el sol del mediodía, pidiéndole a los espectadores de Ciudad Universitaria y a los millones de televidentes, que tuvieran paciencia, que en un momento despertarían. Pero no lo hicieron, aunque los viera la gente espantarse las moscas y bambolearse suavemente en su mullido resort.
Pero más hizo la mercadotecnia al vender esa final como el juego del fin del mundo entre dos equipos que, en realidad, llegaron cansados a la última instancia, que dirimieron un empate a un gol en el juego de ida y se enfrascaron en un duelo de bostezos que se definió con un golazo, que sirvió como única excusa para que la televisora salvara sus extensiones de ese partido con peñas, programas especiales y análisis. En el recalentado, pudieron ofrecer muy poco, casi nada, frente al espectáculo que ofertó el verdadero rostro del aburrimiento que se superpuso al de la falsa espectacularidad que prometieron.
Hasta el monstruo mediático, acostumbrado a sus bodrios, se horrorizó frente a la refinada excrecencia que proporcionó durante dos lánguidas y nada memorables horas que convirtieron al país en un páramo de sopor.
Afortunadamente, como se menciona en la teoría de la propaganda, el público recuerda lo muy bueno o lo muy malo. Y esta propuesta futbolística sirvió para que un sector del público, el minoritariamente analítico, entendiera que el envoltorio oropelesco de los promocionales, guarda en muchas ocasiones productos maltrechos e inacabados, que pretenden vender como joyas los encargados de sacar la mercancía del stock.
UNAM y Morelia jugaron el futbol que saben. Tuvieron buenas temporadas y con justicia disputaron el cetro de la liga. Tuvieron una tarde desafortunada en el juego de vuelta y proporcionaron un chiste de partido que desentonó, por completo, con la euforia que generan, en el terreno de juego, otros duelos definitorios.
Con un mal cotejo, a la televisora se le cayó el teatro, aunque fuera por un solo día.