
Barcelona es considerado actualmente el mejor conjunto de futbol en toda la historia. Difiero de ello, aunque mi opinión contraviene a la de todo el mundo, que seguramente me dirá que estoy equivocado. Las cifras avalan al Barza. El palmarés lo ubica en la cima de la clasificación general de los últimos seis años, más o menos.
Yo sostengo que la más completa fábrica de futbol fue el representativo de Brasil que se coronó en la Copa Mundial de México 70. Cuestión de opiniones.
Sin embargo, tengo que reconocer que actualmente el Barcelona juega como un once celestial, con su tiki taka irresistible.
Siempre me he preguntado de qué depende que un equipo sea mejor que otro. Los números congelados dan cuenta de resultados, lo cual equivale a seguir un aborrecible criterio puntista que puede dar posiciones en la tabla, pero no ese concepto abstracto, inasible denominado buen futbol o juego de calidad o, de muchas otras maneras que representan lo que a todos nos gusta ver. Hay formas de establecerlo con solo mirar a dos equipos confrontándose. Pero en las alturas, donde todo es excelencia, es más complicado el comparativo.
En los 80 había un entrenador mexicano llamado Ignacio Jáuregui, conocido como El Gallo, que argüía motivos tácticos para destruir el juego enemigo con entera libertad y con órdenes directas a sus jugadores. Fue su sistema que le dio chamba muchos años, aunque consiguió muy poco.
Salvador Carrillo, recuerdo también de esa época, cuando dirigía al efímero Club Jabatos de Nuevo León, se aseguraba de que atrás sus siete hombres defensivos hicieran una valla en torno a su puerta para recuperar el balón. A partir de ahí avanzaba. Fue campeón en el tercer circuito, pero porque su equipo tenía jugadores de primera división devaluados y porque la liga era, de plano, bastante limitada.
Pero ahora vemos, en todas las pasarelas internacionales a la crema de la crema, encabezada por los equipos de Barcelona y Real Madrid, que definitivamente figuran en la punta de las tablas en la liga de las estrellas, en todos los rubros y por estadística y por oropel.
Son y parecen los mejores. Monjes con el hábito bien puesto.
Recuerdo a Ferrán Soriano, con su libro La Pelota no entra por Azar, en el que sostenía, precisamente eso, que no era un acto religioso ni de entusiasmo lo que movía la pelota a las redes. El factor era el cochino dinero. Los clubes que tenían más plata podían comprar a los mejores. De esta manera armaban escuadrones regios que podían darle batalla a cualquiera. Por algo la FIFA determinó que el año pasado el once ideal estaba dividido en partes iguales entre merengues y culés, con la intrusión del chispeante colombiano Radamel Falcao, del Atlético Madrid, que aún debe demostrar si sostiene su empuje actual.
Todo esto lo traigo a cuento porque acaba de nombrar el máximo órgano rector de la pelota en el planeta designó a Víctor Manuel Vucetich, de Rayados, mejor entrenador de México y uno de los 15 mejores del orbe. Llegó hace unos cuatro años al equipo de Monterrey y desde entonces se consolidó. Hay que ver que un año antes, el estratega arrastraba la cobija. Y ni que decir una década anterior. Aunque ha obtenido numerosos galardones, fue víctima de la impaciencia de los equipos y echado al finalizar cada temporada. Le ocurrió muchas veces en la mitad de los equipos de México. Hasta que encontró su lugar en La Pandilla, donde se ha convertido, ya, en un histórico.
En estas dos últimas temporadas, su equipo ha perdido algo de brillo que lo hacía lucir fuerte y ostentoso. Pero Vuce, pese a todo, ha tenido el acierto de conducir el grupo en una misma dirección. Y ha conseguido mantenerlo cohesionado. ¿De que depende de que siga funcionando el conjunto? De que haga correr a todos sus jugadores hacia una misma dirección.