A todos, seguramente, se nos quedan imágenes, hechos, vivencias bien adheridas en la memoria. Claro está, mientras estemos en facultades plenas, las podemos compartir, aunque no siempre con detalles. El trabajo reporteril nos lleva a muchos sitios, y un día me llevó a cubrir el “destape” y parte de la campaña del candidato del PRI a la presidencia de México, allá entre los años 1993 y 1994.
Redacto este texto la tarde del 23 de marzo de este 2021, a 27 años de distancia del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, aclarando que no estuve yo en Lomas Taurinas aquel negro día, pero entre mis vueltas a Chiapas, por la cobertura del levantamiento del llamado Ejército de Liberación Nacional (EZLN) y mis estancias en la ciudad de México, cubrí algunas giras y actos de campaña del malogrado candidato presidencial.
I
El jardín de doña Ofelia
En diciembre del 93, poco después de su destape como candidato a la presidencia del país, Luis Donaldo decide ir a Magdalena de Kino, la tierra que lo vio nacer.
Y hasta allá fuimos al igual que un montón de periodistas, el fotógrafo del entonces Diario de Monterrey, Roberto Velázquez y el que esto escribe.
Recuerdo que en la nota que mandé vía fax a la redacción destaqué que aquellos momentos eran de apoteosis para Luis Donaldo. Era como profeta en su tierra.
Caía la tarde en el aeropuerto de Hermosillo, Sonora, cuando apenas su hijo pródigo salió por la escalinata del avión y la euforia se desató.
El aeropuerto era un tumulto. La muchedumbre arrasaba con todo. Tumbaba puertas, paredes semifijas, vallas y hasta cristales.
La gente vitoreaba al candidato y lo rodeó desde el aeropuerto hasta el estacionamiento, donde su gente ya le tenía lista su camioneta Chevrolet Blazer en vivos verdes y plateados que solía conducir.
La entrega y los gritos de sus paisanos eran tales, que Luis Donaldo decide trepar a su camioneta e improvisar un discurso. Más lo quieren.
Al día siguiente la agenda marcaba una visita del candidato a la casa de sus padres, en el centro de Magdalena de Kino, donde lo esperaban don Luis Colosio, Doña Ofelia Murrieta y sus hermanas y hermanos.
Si en el aeropuerto la gente se le entregó, en su terruño lo acogió. Aquello fue un día de fiesta.
Luis Donaldo caminó por el pintoresco Magdalena, limpio, claro ante el sol que ya calaba, donde resaltaban comercios y restaurantes pequeños y ordenados, así como amplias casas ventiladas, algunas con jardines y árboles.
El pueblo lo quería y él se dejaba querer.
El grupo de reporteros y gráficos que cubríamos la gira irrumpimos en el jardín de la casa paterna del candidato. Éramos muchos, pues por aquellos días la prensa escrita, la radio y la TV sí eran referentes informativos.
En el espacio del bello jardín de los Colosio Murrieta, al lado de la puerta principal era imposible que cupiéramos 50 sujetos que queríamos documentar el encuentro de Luis Donaldo con su familia, las fotos, las voces, y pasó algo desagradable.
Ante empujones de fotógrafos, camarógrafos y reporteros, macetas de helechos, de geranios, de rosales y otras plantas comenzaron a caer, se quebraron, y algunas fueron hasta pisoteadas.
Sus hermanas manifestaron su asombro y molestia.
Apenas apareció frente al jardín de la casa paterna y Luis Donaldo vio las macetas y plantas marchitas. Asombrado, incrédulo movió la cabeza de un lado a otro desaprobando la acción para enseguida preguntar: “¿Qué han hecho?”
Entró a su casa. La Fiesta familiar comenzó.
II
La señora del jarrito
Una tarde, días después de la algarabía en Sonora, Luis Donaldo Colosio tuvo un recorrido por Tepito.
La revelación de que el sonorense fue el elegido de CSG se dio el 28 de noviembre de 1993 en la sede nacional del tricolor.
Aunque el triunfo de Salinas había sido muy cuestionado cinco años atrás, la usanza decía que Colosio se perfilaba para Los Pinos.
No obstante, por aquellos días el que no fue, y por lo tanto no lo sería, Manuel Camacho Solís estaba más que molesto, lo que mantenía de alguna manera tenso
el ambiente.
Pero Luis Donaldo era el elegido, y los correligionarios y simpatizante del aún poderoso PRI lo sabían.
Por eso, a partir del 28 de noviembre y el 8 de diciembre del 93, cuando rindió protesta como candidato del tricolor a la máxima magistratura del país, el trato que le daban por doquier era la del inminente presidente.
Por aquellos días el entonces Distrito Federal aún era muy priista, acaba de dejar la jefatura Camacho Solís y lo sucedía Manuel Aguilera.
Había bastiones muy tricolores, como el barrio bravo y sus alrededores.
La incursión de Colosio en Tepito fue como muchas de las que hizo en otros barrios, con seguridad laxa, con los guardias del Estado Mayor permisivos, pues estaban advertidos por el propio candidato que quería tener contacto con la gente.
Y así fue. Aquello fue la típica bufalada y una muestra de la entrega del pueblo capitalino.
Eran ríos de gente las calle tepiteñas, las vecindades, los corredores. Las señoras se emocionaban al verlo pasar, las suertudas los tocaban, lo abrazaban.
En un momento determinado, en medio del tumulto quedé a metro y medio del candidato. Una señora de la vecindad llevaba consigo un jarrito con café, quién sabe como fue que no se le cayó ni derramó una gota.
Se puso a mi lado y me imploró -Déselo a Colosio, acaba de comer y le hará bien.
Gritaba pero apenas la escuché entre la algarabía.
Le dije al guardia que iba a mi lado que la señora le quería dar el café al candidato; fueron segundos, Colosio la escucha y acepta el detalle, la mujer me da el café, yo se lo doy al guardia y éste al candidato, quien le dio un sorbo.
La mujer se puso recontenta, el jarro regresó a sus manos después del trago que le dio Colosio y ella tocó el cielo. O así pareció.
III
Balas retumban en San Lázaro
Minutos después de que Luis Donaldo Colosio fue víctima de los dos balazos, al culminar un mitin en Lomas Taurinas, en Tijuana, Baja California, la alerta roja se expandió por todo el país.
Los reporteros que no éramos enviados a las giras solíamos cubrir Cámara de Dipu-
tados o de Senadores. Aquel 23 de marzo de 1994 había sesión en San Lázaro.
Alrededor de las 19:25 horas, tiempo de México, la noticia había sido regada como pólvora por todo el país, Colosio había sufrido un atentado. El rumor se esparcía en bullicio por todo San Lázaro, tomando por asalto a los diputados que sesionaban.
Muchos pedían que se suspendiera aquella asamblea, que se interrumpiera. No era para menos.
Pero el diputado priista veracruzano Gustavo Carvajal Moreno, uno de los líderes de los tricolores de aquella LV legislatura, se aferraba a que la sesión culminara.
“Que siga… que siga… no, no digan nada”, gritaba desde su curul cuando sus propios compañeros de partido y otros del PRD y del PAN intentaban subir a tribuna para dar a conocer lo que había ocurrido minutos antes en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, Baja California, para hacer un receso.
La mayoría de los diputados estaban pegados a sus celulares, todos asombrados. Algunas diputadas del PRI, lloraban, se abrazaban unas a otras y a algunos de sus compañeros. Los reporteros buscábamos reacciones, tomábamos fotos de los rostros desencajados.
Rondaban las 20 horas en México, las 18:00 en Tijuana cuando Colosio era atendido en el Hospital General de Tijuana, donde, la mayoría suponíamos, el candidato no podría recuperarse, dada la gravedad de las heridas.
Los periódicos vespertinos sacaron ediciones especiales, Colosio había muerto.
27 años después, oficialmente Luis Donaldo Colosio Murrieta fue víctima del asesino solitario Mario Aburto Martínez.
Desde entonces a la fecha la opinión pública ha rechazado la verdad oficial.
En su momento Colosio dijo ver un México, “con hambre y con sed de justicia, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.
Para muchos, su asesinato fue un crimen de estado, que como tal, ha quedado impune.