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El juego que quieres ver

29 de septiembre de 2015 por El Tifoso

El aficionado al futbol se alimenta de la esperanza. Pasa lo mismo en cualquier otro escenario de la vida. Las personas necesitan creer en algo y sentir que merecen lo bueno. Que el equipo preferido gane, es algo muy disfrutable.
Pero en la mayoría de las ocasiones, el futbol es un espejismo, al que los fanáticos quieren ajustar de acuerdo a sus necesidades, a sus deseos, a sus apetitos de satisfacción. Prácticamente todos los seguidores del balompié -con algunas excepciones, de estadística microscópica-, aprecian los juegos desde una óptica en la que, incluso derrotados, sus equipos ganan. Es una tendencia universal generada por la misma pasión, el calor gratísimo, la emoción que genera la expectativa de un marcador que se desea favorable. Cada fin de semana el equipo juega y el seguidor quiere, siempre, que gane, una posibilidad fantasmal, pues ni siquiera los más grandes equipos de la historia, póngasele el nombre de moda, de acuerdo a la época, ha sido una máquina imbatible. Cada estructura monstruosa tiene su punto vulnerable, su lado flaco y, eventualmente, cae.
De esta forma, frente a la derrota, el aficionado fantasea. Ingenuamente, llevado por una frustración infantil, quiere componer la realidad, para que su escuadra emerja gallarda de un fracaso. Ahí está el marcador pesado que demuestra que no ganó, pero es necesario atenuar el dolor de la descalabrada con bálsamos justificantes.
Me remitiré a un partido que vi el pasado 19 de septiembre. Es el clásico Norteño, entre los equipos locales Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León y Rayados de Monterrey. Ya sabía la pasión que en el norte de México desata ese juego y lo comprobé, al acudir al estadio de los felinos. El duelo fue parejo de inicio, pero se descompuso con la expulsión de Juárez, de La Pandilla, como se le conoce la oncena de rayas. Al final la U ganó 3-1.
Como es conocido, en Nuevo León hay una profusión incontrastable de programas radiofónicos y televisados sobre futbol. Si hay una locura del balompié en México es en esta plaza. Aficionados del club universitario cargaban con burlas a sus rivales. Los Rayados, en cambio, se defendían, con el mexicanísimo argumento de que el
árbitro los perjudicó y que los auriazules los atropellaron por superioridad numérica, sólo por eso. En otras circunstancias, su equipo se hubiera impuesto.
En verdad, cambió el día, pero la argumentación ilusoria sigue siendo la misma de siempre, en este partido y en todos. Ya antes he seguido juegos clásicos del norte, en los que Rayados se impone y los aficionados de Tigres responsabilizan al silbante, a la lluvia, a los astros, a una maldición vudú, a lo que sea para justificar su derrota.
El aficionado futbolero ve el encuentro que quiere ver. Cuando su equipo pierde, el dolor lo enceguece. Claro, me refiero al dolor de fan, que es, por decirlo de una forma, bastante dulce y disfrutable pues en todos lados. Los que se dicen buenos hinchas se felicitan por sufrir junto con su equipo cuando pierde. Aunque, como se dice, el futbol es lo más importante de lo menos importante, hay quienes sufren cuando pierde su equipo como si se les hubiera muerto un pariente. En todos lados, también, hay casos extremos y dramáticos.
Cuesta ser centrado, hablando de futbol. Hay que tomarlo en serio, porque es el pasatiempo preferido de los varones en México. Pero sólo eso, entretenimiento. También hay que aprender de los que saben, viendo la objetividad. El deporte de las patadas es lindísimo, aleccionador y, en ocasiones, de una plasticidad casi insoportable. Un gol, como el que anotó Funes Mori, en el pasado Clásico, es el equivalente a un poema, una pieza de levitación, coordinación y técnica digna de Nureyev.
Es alimento para el espíritu la contemplación de la belleza. Y hay que ver el juego con ojos serenos. Disfruto viendo en TV análisis centrados de mesas con comentaristas que evidencian sus filias, pero que estudian los pormenores del juego y explican sus ecuaciones, dando resultados gélidos, sobre tal o cual equipo o jugador que fue mejor o peor.
Pero el aficionado crece odiando al rival y está tan condicionado a despreciarlo, que es difícil revertir una tendencia de nacimiento. Sería muy saludable que comenzara a ver el futbol con más agrado y alegría, aprendiendo de lo bueno y lo malo, en las victorias y en las derrotas.

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