
Ocurre con mucha frecuencia en Hollywood. El corazón de la cinematografía mundial está plagado de excelentes actores. Me refiero a histriones, no estrellas de la pantalla. No puedo llamar grandes intérpretes a, por ejemplo, pesos pesados de la taquilla como Arnold Shwarzenegger o a Keanu Reaves. Por ahí andan, en cambio, Scott Glenn, Stanley Tucci, Bryan Denehey, Olympia Dukakis, Greta Sachi, Jeroen Krabee, por mencionar algunos nombres de tremendas personalidades del celuloide que, pese a ello, nunca tuvieron su consagración como primeros actores. Les ha faltado siempre el gran papel.
Han brillado todos ellos como excelentes actores de reparto. Algunos tienen nominaciones y hasta han ganado Oscares en papeles de apoyo. Tal vez les faltó ese magnetismo necesario para atraer al gran público, o simplemente se quedaron en una zona de confort en su plano secundario. Y los productores los buscan para que apuntalen el trabajo de los protagonistas en las grandes producciones. Y lo hacen siempre de una manera excelsa.
Pensaba en ello ahora que vi el juego de repechaje de la Copa Libertadores 2012, donde el mexicano Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León sucumbió 1-0 con el equipo chileno Unión Española. Ahí reapareció, como un resucitado del balompié, un futbolista llamado Emmanuel Cerda Martínez, atacante del equipo felino. Ni lo recordaba.
En el 2005, era llamado el Chamaco Cerda, porque deslumbró en la oportunidad que le dieron en la Copa Libertadores de ese año, la primera en la historia de Tigres. Era entonces un juvenil que hasta fue convocado a la selección mexicana menor.
En alguna ocasión Manuel Lapuente dijo sobre él que Tigres ya tenía su Cristiano Ronaldo. El chaval tenía cualidades excepcionales: una velocidad de ocho cilindros, gambetas enceguecedoras y movimientos rápidos en el área. Tuvo sus momentos, destellos escasos, a lo largo del pasado lustro. Fue a Toluca, jugó en Perú e hizo algunas travesuras con el balón. Aunque fue campeón con la U peruana, su periplo fue, para términos prácticos, intrascendente.
Siete años después, Emmanuel volvió al punto en el que inició. Reapareció en el equipo Tigres alternativo que fue a participar en la competencia continental de este año. Hizo algunos piques por la banda pero evidenció sus grandes deficiencias: falta de intensidad, carencia de compromiso. Trotaba en la cancha como un oficinista del futbol, como si checara tarjeta de entrada a la hora de la convocatoria para el partido, y checara de salida al romper filas tras el silbatazo inicial. La velocidad sigue ahí, pero parece que trae en su carga genética un desgano crónico, una necesidad por permanecer en el anonimato. Parece asustado de tomar una actitud protagónica. Se ve que la banca le sienta bien y que le rehúye al liderazgo.
Cerda me hizo recordar a todos esos jugadores de excepcional talento que se han quedado a la orilla del estrellato. Su gran pecado fue la ausencia absoluta de mentalidad trascendental. Hay muchos otros que con un mínimo de habilidades y un máximo de corazón, han sorteado sus limitaciones y han brillado en el balompié de paga. Por ahí andan jugadores con técnica mediana, pero con gran corazón que lideran en la grama. Que cada quien haga su memoria.
Ahí vi a Emmanuel Cerda Martínez, una gran promesa del balompié que tuvo su momento, pero no quiso tomar el gran papel, el estelar que le dio la vida.
Lástima.