
Hay algunos equipos que generan tantas ilusiones como fracasos y que en su desequilibrio, que pareciera déficit hormonal de corte institucional, mantienen siempre la fidelidad de sus seguidores y la atención de la competencia.
Son estos equipos que han generado lo que en teoría sociológica se llama capital simbólico, una suerte de masa virtual que acompaña a las organizaciones, instituciones, personas, que han acumulado prestigio, logros, triunfos, halagos y hasta leyendas.
En teoría todas las personas valen lo mismo, pero hay otras que son, para ciertos fines, más valiosas y que, en las tasas para medir la valía humana, se cotizan más alto. El que acumula títulos académicos es un simple mortal pero del que se puede decir que vale más en el mercado de la enseñanza, por sus diplomas. O hay quienes tienen más títulos nobiliarios que tienen una mayor estima entre los aristócratas.
Hay equipos de futbol que tienen un palmarés impresionante, que tradicionalmente bregan por puntear las tablas, que se esmeran por superarse y que, en fin, buscan alcanzar su propia excelencia rebasando los logros que ya han conseguido.
A nivel internacional sobran los ejemplos. Mencionaré únicamente los excepcionales casos del Barcelona, el Manchester, el Inter y el Madrid, que ocupan los primeros lugares en títulos y ganancias en el orbe.
Son equipos que facturan al año hasta 400 millones de euros y que tienen un incuestionable capital virtual que los hace merecedores de toda la atención y que responden a las más altas expectativas, aunque pierdan. Su prestigio y su añosa tradición de éxito los avalan.
No hace mucho, en el principio del milenio, el Barza arrastraba la sábana, superado por su rival merengue, ahogado por deudas y atosigado por acreedores. Lo salvó su capital de prestigio, aunado, claro a un plan de austeridad y resurgimiento que ahora ya es materia de consulta en clases de economía y recursos humanos del mundo.
En el futbol mexicano hay algunos ejemplos de equipos que han acumulado capital simbólico por una persistencia honoraria, que puede ser confundida por la terquedad y que sus aficionados llaman porfía de la mejor clase.
América y Guadalajara encabezan la lista. Nótese que los dos equipos han tenido temporadas recientes de números rojos. Sus propietarios hacen berrinches y mueven gigantescos armatostes publicitarios para posicionarlos en el gusto del público, con una intensidad que se asemeja, en potencia –que no en alcance- a los obuses de mercadotecnia que dispara todos los días la Coca Cola.
El interés permanece en ellos. Siguen posicionados, porque en sus registros tienen hazañas memorables, escuadras campeonísimas, o jetaturas de décadas, con jugadores entrañables, dinastías heroicas, regresos épicos y partidos de infarto.
Es el capital virtual el que los hace mantenerse, siempre, en la cima de la popularidad y en el gusto del público. Sus propietarios han sabido que para obtener calidad han requerido adquirir calidad y así han navegado con filosofías ganadoras, durante décadas y han permanecido arraigados y con prosapia en el balompié nacional.
Sus organizaciones son ejemplos que deben ser seguidos.