La ridícula despedida de Miguel Herrera de la Selección Mexicana de futbol dejó de ser noticia desde hace semanas. El escándalo, como ocurre en todo el universo informativo, tuvo vigencia durante no más de siete días. Después, cada uno regresó a sus asuntos. Pero, también, como sucede siempre, el caso quedó en el archivo y va a ser extraído del cajón cada vez que surja un incidente similar. Queda el antecedente.
El incidente de Miguel Herrera, golpeando al reportero en el aeropuerto de Filadelfia, me mueve a pensar en la estatura intelectual que muchas veces se le da a las figuras públicas. Ellos mismos lo dicen, con evidente soberbia, que son como cualquier mortal, que sufren, lloran y aman como cualquiera. También se equivocan. Billy Joel, el virtuosísimo cantante norteamericano, una vez dijo que él nunca ha dejado de ser el chico de Nueva York que saluda a los vecinos del barrio donde creció. Sin embargo, comenta, a la gente le gusta que se comporte como una estrella del rock y, sin más remedio, eso hace para darles gusto. Entonces, en sus presentaciones, como una actuación, se vuelve inalcanzable.
Las figuras públicas están bajo escrutinio permanente. En las alturas no hay protección, dice Julio Scherer. Tienen, entonces, que cuidar su comportamiento, si es que quieren prosperar como personajes que concitan atención, lo cuál, en este mundo consumista y deseoso de novedades volátiles, se convierte en dinero. Llamar la atención deja mucha plata. Se estima que en su paso por el Tri, el Piojo Herrera generó para él unos 150 millones de pesos en publicidad. Además, hay quien dice que ganaba 2.7 millones de dólares al año por su trabajo de dirigir al combinado nacional.
Todo eso fue echado al caño. Y tal vez ese mismo poder adquisitivo, la posibilidad de agenciarse lo que quiera en cualquier momento, fue lo que llevó a la ruina al adiestrador mexicano. Los que hemos estado en control de nóminas grandes y hemos sido bendecidos con salarios estupendos, sabemos el vértigo que provoca la cuenta bancaria repleta. En el
futbol, nos extienden cheques de seis ceros y en dólares. Se genera una euforia expansiva que es como una pantera rabiosa que uno debe mantener en la jaula, porque puede salir y hacer destrozos. Miguel Herrera contuvo al felino por un tiempo, pero al final dejó que saliera libre. Ahí están las consecuencias.
Hemos visto que, al igual que él, otras figuras públicas como cantantes, actores, artistas plásticos, embebidos por el dinero, se extravían y a veces, hasta pierden la vida. Ahí vimos hace poco a Arturo Vidal, pilar de la selección chilena, destrozar el coche en plena concentración de la Copa América. No midió los alcances de su libertad y su poder.
Aunque hay personas que se hacen ricas y famosas habiendo nacido encumbradas, en el futbol la mayoría de las figuras surgen del barrio y emergen desde la humildad. Es extraño. Tipos con escasa preparación académica tienen una habilidad que llevan al grado de la excelencia. Pero no basta con ser un supersabio moviendo la pelota. Es indispensable tener una gran fuerza de voluntad y disciplina para llegar al grado de la excelencia profesional. Así lo intuyeron, sin reflexionarlo siquiera, Maradona y Pelé, por decir los ejemplos más inmediatos, que surgieron del arrabal para alcanzar la más alta cúspide del reconocimiento universal histórico. Pero fuera de la cancha no todo lo manejan con maestría, está visto.
A Herrera seguramente le pasó lo que a los sátrapas que, empoderados, se sienten intocables. Es insólito cómo a su edad, con el camino que tiene en el futbol y el enorme recorrido como entrenador, “El Piojo” se desubicó. Se dice que la verdadera independencia se da a partir del dinero. Con lo que ha ganado, el ex entrenador nacional seguramente podrá mantener a varias generaciones de descendientes. Peculio no le faltará por el resto de su vida. La sensación de fuerza que da esa certeza es peligrosa. Seguramente él no supo controlarla.
Se comprueba con Herrera que un hombre puede ser hábil y astuto, pero no siempre es inteligente. O no sabe manejar con atingencia eso que los especialistas llaman inteligencia emocional.