
En 1968, el británico Arthur C. Clarke escribió la novela 2001: Una Odisea del Espacio, que fue lanzada poco después de que Stanley Kubrik presentara la película homónima. Las dos obras son clásicos de la ciencia ficción.
La historia relata el viaje de un grupo de científicos a Júpiter para seguir el rastro de vida inteligente fuera de la galaxia. En el trayecto, la computadora súperinteligente Hal 9000 enloquece y conspira contra los astronautas, que pretenden quitarle el comando de la nave.
2001 emplea la metáfora como la mejor herramienta de expresión de la literatura. La crítica es directísima hacia el súper desarrollo de las máquinas, que algún día se levantarán contra el ser humano para destruirlo.
Las predicciones de Clarke ya fueron cumplidas, en vivo y en directo, en 2010 durante el mundial de Sudáfrica. En la serie de octavos de final entre México contra Argentina, el Apache Tévez, anotó un gol en clarísimo fuera de lugar para darle la ventaja parcial a la selección austral.
En el Soccer Stadium, los imprudentes productores encargados de manejar la pantalla del estadio, repitieron la jugada para deleite de todo el público presente y la congelaron en el momento mismo en el que el atacante argentino conectaba con la cabeza un metro adelante del último zaguero azteca, en clara infracción a la regla.
En los estadios del mundo hay una orden directa, conocidísima, para los controladores de esos gigantescos monitores: no deben repetir jugadas polémicas. Si el árbitro toma una decisión que es luego replicada en las pantallas, el público de la parcialidad perjudicada pretenderá devorarlo. Ya se sabe que los silbantes son motivos de expiación en todos los encuentros y los espectadores están a la caza del más pequeño de sus yerros para reprocharlo. La exhibición de uno de sus pecados lo convierte en agente criminógenos y, con esa presión, puede perder la concentración y el juego.
Los pobres sudafricanos no lo sabían. Con nula experiencia en organización de mega eventos de futbol como es la Copa del Mundo, el más grande de todos ellos, se brincaron la regla elemental y pasaron en el coso la repetición del off side del Apache.
La misma toma la aparecieron en directo y a todo color las decenas de millones de almas que siguieron el encuentro en vivo.
En la cancha, los jugadores mexicanos querían golpear al juez italiano Roberto Rosetti. Nadie se extrañaría si uno de los seleccionados aztecas le hubiera encajado un cuchillo en el vientre al abanderado Stefano Ayroldi, que se comió el tanto.
Rosetti, aún viendo él también que se había equivocado, decidió no enmendar y convalidó el tanto. De esa manera decidió la suerte del Tri.
En La Hija Pródiga, la institutriz Miss Tredgold le decía Florentyna Kane que el invento de la televisión era una calamidad para la vida moderna, porque las transmisiones instantáneas harían que se tomaran decisiones demasiado precipitadas de las que luego alguien se lamentaría.
La justa del continente negro pasa a la historia como el de los errores arbitrales. Obviamente, los nazarenos fueron puestos en la picota debido a que las cámaras tienen una función intrusiva en el desempeño de un cotejo y en esa ocasión, como nunca antes, se observó con lupa cada detalle del balón mientras rodaba.
Recuerdo ahora el episodio africano porque estoy observando que la FIFA ya experimenta con una exótica alineación de cinco árbitros por partido para colocar, además del central y los linieros, uno al lado de cada portería para dirimir, principalmente, dudas sobre el ingreso del balón en zona de gol, como ha ocurrido también en clamorosos errores exhibidos, también, en TV.
Me pregunto hasta qué punto pueden dos silbantes remediar males endémicos que se propagan y repiten de manera irrefrenable por la misma naturaleza del juego. El ojo, el más imperfecto de los sentidos, es el que capta y registra las acciones que son objeto de sanción y enjuiciamiento de los árbitros. Los auxiliares en las porterías de igual manera se equivocarán en algún momento.
Por eso se mantiene abierto el debate sobre el empleo de la tecnología para ayudar a la justicia en el futbol. Sin embargo, como quedó demostrado en el escándalo de Rosetti, hay momentos en que la cibernética se vuelve contra su creador.
La lección de Hal 9000 está siempre presente.