
En el norteño Estado mexicano de Nuevo León hay un comentarista de futbol llamado Roberto Hernández Jr., al que le dicen Don Robert.
Es una figura reverenciada por los hinchas de los equipos locales, Tigres y Rayados, quienes siguen puntualmente sus transmisiones televisivas diarias.
Don Robert durante muchos años apoyó imparcialmente a los dos equipos hasta que, repentinamente, en una época reciente decidió declararse aficionado de Tigres. Sigue siendo crítico de los dos equipos, pero él se dice abiertamente seguidor felino, lo que le cuesta numerosos reproches cotidianos de los seguidores de La Pandilla.
Felizmente, el encono futbolero, en su programa, es bien entendido.
Su adicción al equipo de bengala es como una sazón para la emisión que conduce de lunes a sábado. Los fans rayados lo critican por ello y el veterano de las transmisiones parece disfrutarlo. Y afronta su suerte. Es tolerante y acepta las críticas, las cuales responde siempre. A los aficionados les cae bien que siempre dé la cara y que abra el pecho a los tiros.
Todos en Nuevo León entienden su preferencia y la aceptan. La prueba es que es el comentarista de futbol más seguido en esa localidad e, indiscutiblemente, el mejor narrador de partidos de futbol que ha surgido en ese industrioso Estado.
Utilizo de ejemplo a este ilustre personaje del ámbito deportivo para afirmar que todos los periodistas tienen sus respectivas fobias y filias.
Todos, antes de ser hombres de pluma ,crecieron adorando a su respectivo equipo de futbol. Ocurre lo mismo con los árbitros, de los que me encargaré en otra ocasión, quienes aunque están obligados a la imparcialidad, acarician en secreto sus colores de formación.
Ocurre que todos los periodistas que abordan cualquier tema informativo, ya sea deportivo, farandulero, político, social, científico, tiene una simpatía y un rechazo secretos respecto al tema que abordan. Hay reporteros de espectáculos que repudian a tal o cuál actriz o actor o cantante, otros que hacen trabajo partidista a los que les cae mal un determinado candidato. Aunque están obligados a ejercer la imparcialidad por mandato profesional, su apego se trasluce en sus escritos, aunque sea sutilmente.
Pasa lo mismo en el futbol. Los hombres que toman un micrófono o un teclado están obligados a mantener un criterio rectilíneo, pero hay una carga emocional preferente hacia un determinado equipo, aún criticándolo.
No puede haber caso más palpitante que los comentaristas de las televisoras de México que en un tiempo no muy lejano, por obligación institucional, solo hacían relatos de las glorias de los equipos que patrocinaban. Justificaban sus descalabros, responsabilizaban de ello a los árbitros y los promocionaban excesivamente, al grado de hacerlos repudiables a quienes no fueran sus prosélitos.
Hay que acostumbrarse a las deferencias de los periodistas hacia un determinado equipo. Cierto, en ocasiones hay disputas por rating, para generar show, en las que los tipos que están a cuadro fingen que riñen para defender a alguna casaca, aunque públicamente lo nieguen, para agregarle algo de comicidad al supuesto pleito.
Pero también hay genuinas rebatingas en las que cada uno de los comunicadores usa el escudo para proteger a su equipo y cultiva flores para entregárselas.
Quien esto escribe es seguidor de un equipo del futbol mexicano. Espero que sea difícil detectarlo.