Sos juegos olímpicos le rinden tributo a los héroes, a los dioses del Olimpo, convertidos en próceres por su capacidad superior. Más rápido, más alto, más fuerte. El lema olímpico resume, de un plumazo, las cualidades de los mortales que son los mejores en una de las tantas disciplinas por las que se compiten, y por las que son otorgadas medallas que premian la excelencia atlética.
Ninguna civilización es superior a otra en términos racionales o absolutos, asegura Zúñiga. Pero bajo la férula del cronómetro, los hombres sí pueden proclamar su supremacía, categórica y absoluta, sobre el resto de sus pares.
Estos juegos de Beijing 2008, están marcados por un gigantesco reproche mundial hacia China, uno de los países que es referencia obligada en el tema de los derechos humanos. Se le acusa, entre muchas otras atrocidades, por su opresión sobre los monjes en el Tíbet y las masacres que han cometido en la tierra del Dalai Lama.
También está la negativa de permitir a Taiwán convertirse en una isla independiente. Aparecen las ejecuciones, con las que se violenta el derecho a la vida. Aunque se documenta que Estados Unidos es la nación con mayor número de criminales que perecen por la pena capital, cifras extraoficiales señalan que China es el verdadero líder y los ajusticiamientos se cuentan por miles.
China, el país más poblado del mundo emerge como superpotencia. Después de la Segunda Guerra Mundial se impuso un orden mundial conocido como Pax Americana, con el que se asumió que Estados Unidos lideraba el globo. Los especialistas señalan que a partir de 2008 el orden podría revertirse a una Pax Sínica (Paz China), porque el gigante se convertirá en líder de exportaciones y negocios por Internet.
Los periodistas que acudieron al centro de prensa en Beijing, donde se concentrará la información que generen los juegos, se sorprendieron al constatar que en los sistemas de Internet, de los que se servirán en estos días, están bloqueadas algunas páginas relacionadas con el conflicto del Tíbet y, en general, las que se ocupan de señalar cómo China violenta la carta de París.
Es inevitable que un evento de esta magnitud esté a salvo de polémicas políticas. Es tanta la atención que genera, que es un escaparate idóneo para los que no tienen voz y una excusa perfecta para ventilar temas que el sistema cubre con un velo vergonzoso de censura. Desafortunadamente –para los gobiernos– la prensa es uno de los mejores medios para ejercer presión y provocar que reviertan sus tendencias de sojuzgamiento y opresión.
Pero más allá de los desatinos que se pueden observar en un gobierno u otro, están los juegos y su noble espíritu que enaltece los mejores valores del ser humano. En las canchas, mesas, tableros, entarimados, piscinas, tartanes y demás escenarios, la humanidad se democratiza por consenso universal.
Los pobres y los ricos, feos y bellos, altos y bajos, obesos y esmirriados. Todos son medidos con un rasero reglamentario inviolable.
En las justas se privilegia la preparación y se premia el esfuerzo máximo. Todos compiten bajo las mismas reglas y un libro con estatutos le da a todos por igual la oportunidad de proclamarse vencedores de todo el planeta, en esta o aquella especialidad, compitiendo en igualdad de condiciones.
No hay naciones desarrolladas, ni grupos de los 8, ni clubes nucleares. Si se impusiera en el deporte el mercado de los valores humanos, en el que el más popular de todos es el de los bienes adquiridos a través del dinero, los países de Europa Occidental y Estados Unidos serían siempre los laureados, por su capacidad para desarrollar tecnología. La empobrecida Cuba proclama que es el país con más medallas de oro por habitante en todas las ediciones de los juegos. Nueva Zelanda, por su parte, reclama el mismo honor.
Fuera de la competencia nada vale. Si prevaleciera la capacidad de supervivencia en hábitats hostiles, ganarían siempre los esquimales y beduinos. Si predominara la espiritualidad, el oro sería para los orientales. Los derechos humanos le darían las preseas a los países escandinavos. Los musulmanes son los campeones de la solidaridad. Africa no tiene par en cuestiones de rítmica musical.
Si el podio se alcanzara a balazos, Estados Unidos se llevaría los tres escaños en todas las pruebas.
Pero el espíritu deportivo es inmune a la demagogia y las intrigas. Aunque está latente la amenaza terrorista, ningún extremista podrá influir en el resultado de los 110 metros con vallas.
Hay quien afirma que el protagonismo de China es un mito y que su potencial está sobreestimado. Beijing no tiene el mismo peso político en el mundo que tienen Washington o la Unión Europea y, pese a su capacidad exportadora, el PIB es solamente una dieciseisava parte de la norteamericana.
Pero, por su desarrollo en ciencia atlética, es uno de los candidatos a ocupar el lugar de honor en el medallero.
No exageran quienes piden olvidar, por unos días, el coletazo del dragón socialista, y concentrar el entusiasmo y el ánimo en estos juegos que, como siempre, harán al mundo más humano e igualarán a todas las naciones con el sudor, que es tan salado aquí como en China.