Por alguna de esas infaustas iniciativas que tienen algunos aficionados perezosos, animados por el ingenio agudo que estimula siempre la crisis y la amargura, puede ser creado en México El Club del Cero para aglutinar en una sola y compacta organización informal a los seguidores de los equipos que en este inicio de temporada Clausura 2009 del balompié azteca no han acumulado puntos.
No me refiero a un conciliábulo griego de gente formal, que se reúne con laureles en la cabeza y túnicas para quejarse del estado de la nación. Nada de eso. Me refiero a que los integrantes del club pueden ser una bola de parias del balón que no pueden dejar de ver el juego, pese a que se cuecen en odio por la cauda de goles que han recibido sus equipos en el amanecer del presente torneo.
Tal vez, convencidos de la futilidad de ser seguidores de un deporte que se impone en el mundo como potencia colonial, conquistándolo todo, y derribando todas las voluntades a cambio de la emoción inigualable –y tonta, al mismo tiempo– de ver un balón rodando sobre un rectángulo de césped, pueden dar un taconazo de despecho y retirarse a buscar otras diversiones como el cine o el black jack.
Pueden irse, sabiendo que regresarán. Parecen estos equipos integrantes de un mismo campo semántico relacionado con la miseria: Santos, Tecos, Tigres, Atlas, Necaxa. Aunque el balompié es cíclico y los que son campeones pronto son coleros, es necesario referir que todos estos son abajeños, perros flacos, pedigüeños en una fiesta sin lujos, como lo es la del balompié nacional.
En dos partidos, los cinco equipos antes mencionados han recibido respectivos reveses que no hacen sino confirmar que la desgracia de unos es siempre la alegría de otros, que con sus derrotas enriquecieron de puntos a otros clubes. O, como decía Juan Rulfo: se derraman más lágrimas por milagros que se cumplen que por los que no.
¿De qué manera podrían acorazarse para evitar el dolor los socios del Club del Cero? La respuesta nadie la sabe. El papa Blatter y sus cardenales de Suiza saben perfectamente que no hay antídoto contra la peste del gol y que ningún antisuero obrará contra el embrujo del balón cuando ya ha inoculado los corazones y los sesos.
Los ingenieros radicados en las entrañas de la FIFA, dedicados a hacer crecer el gusto por el futbol en el orbe, pueden estar tranquilos. Los hinchas que actualmente lloriquean por dos derrotas consecutivas pueden hacer hoy un berrinche, y apagar el televisor. Pero jamás podrán permanecer indiferentes al carnaval que se vive cada semana.
Está comprobadísimo. Los fanáticos martirizados por humillantes goleadas, pronto enjugarán sus lágrimas a la primera victoria y renovarán sus votos, como el borrachín que tambaleándose de beodez en la primera fila del templo, hipeando repite el yo pecador y se golpea el pecho con fervor, convencido en su falta. Y lo hace sabiendo que se condena, porque se persignará, pero sólo para irse en busca de más tragos para seguir la fiesta.
Así que, integrantes del Club del Cero, enfádense, pero dejen en la puerta sus orejeras y su hipocresía. Ocupen su localidad para presenciar el siguiente show, con la esperanza, siempre presente, de que en ese juego su equipo resurgirá y reiniciará el camino –¿porqué no? chance y en esta sí– hacia el título.