
En su libro “La Pelota no entra por Azar”, Ferran Soriano, ex directivo del FC Barcelona, revela los secretos que se esconden detrás del éxito que él ayudó a construir en la actual época del club blaugrana, que ha ganado prácticamente todo.
El hombre de futbol, que hizo trabajo de escritorio en esta época de resurgimiento del club culé, comprueba con cifras y tesis verificables que, efectivamente, el futbol tiene razones de juicio, de orden gerencial que deciden cómo un equipo puede ser campeón y ser ganador.
Afirma que los triunfos no son, como piensan muchos extraviados analistas, en cuestión de suerte, porque la bola pegó en el palo en el último minuto y por eso no se hizo el gol de la final, o porque fulano no metió el penal que le hubiera dado la gloria. Nada de eso.
En su larga e interesantísima teoría, Soriano establece una fórmula que –con sus respectivos matices y acompañada de otras decisiones de oficina– es la que determina cuáles son los equipos tradicionalmente ganadores: los equipos triunfadores son los que invierten más dinero en sus jugadores.
La regla, que tiene vergonzosas excepciones, es aplicable –y comprobada– en el club catalán que en 2003 estaba hecho una piltrafa, ahogado por sus deudas, por un pésimo manejo administrativo y lejos del esplendor que había alcanzado en los 90 con Johan Cruyff.
La directiva determinó entonces emprender un viraje agresivo en su estrategia para salvar a la franquicia. Determinó contratar buenos jugadores para obtener triunfos en la cancha y revalidar al equipo. Junto a esta decisión, se hizo un recorte de gastos, se optimizó el personal, se renovó la membresía de socios y se reestructuró la filosofía que presentaba el equipo al mundo.
El cambio lo encabezó Ronaldinho, que brillaba en el París Saint Germain y que tenía un gran carisma. Al comprarlo, el Barcelona se revaloró casi en automático, por los éxitos que ayudó a conseguir. Lionel Messi comenzaba apenas a descollar y pronto retomó esa bandera de vanguardia y figura.
Pero junto al carioca fueron adquiridos otros jugadores de buen nivel. Hicieron una gran inversión, pero también obtuvieron grandes réditos.
Barcelona se convirtió, entonces en sinónimo de éxito. Se le vendió al mundo la idea de que el equipo era, exactamente lo que decía su eslogan: mucho más que un club.
Se tomó una decisión gerencial que pareció una apuesta perdida, pero que los hizo ganar barbaridades. Como se sabe, Barcelona es uno de esos escasos equipos que no llevan publicidad, para mantener limpia la camiseta, ajena a intereses externos.
En 2006 se había establecido con el gobierno chino la idea de vender el pecho de la casaca, poniéndole la leyenda Beijing 08 a cambio de 20 millones de euros por temporada. Sin embargo, desacuerdos comerciales hicieron que el trato se cayera.
Pero había una larga lista de patrocinadores haciendo fila. Y de entre todos. Barcelona decidió que fuera el de Unicef, la rama de la ONU dedicada a la niñez. Y no sólo eso: el Barza llevaría el emblema y en vez de ganar los 20 millones, le daría a la institución un millón y medio de euros por temporada para dejarles llevar su logo.
La gente entendió que el club tenía un verdadero sentido social y un compromiso con las causas nobles, lo cual le acarreó simpatías, aficionados y un subsecuente aumento en sus ingresos.
El caso es singular, pero no único, y la fórmula no es infalibe.
Por ahí andan algunos equipos mexicanos buscando triunfos a billetazos sin acompañar los desembolsos con una verdadera estrategia. Tal vez algún día sabrán que la pelota no entra por azar, como piensan algunos. Tal vez algún día entiendan que para preparar a un equipo campeón, hay que tomar inteligentes decisiones ejecutivas.