Con el surgimiento de la comunicación en Internet, el mundo del futbol ha observado con maravilla y agrado decenas de acciones de caballeros del balón. Son jugadores que reconocen sus faltas, anulan sus propios goles ilegítimos, y permiten que el rival les anote libremente, cuando consideran necesaria la justicia para emparejar un marcador.
El miércoles 22 de julio, ocurrió un episodio oprobioso en la historia del deporte. En el juego contra Panamá, en la Copa Oro 2015, México recibió como regalo un penal fantasma señalado en el minuto 89 por el árbitro norteamericano Mark Geiger, con lo que México empató el marcador a un gol y forzó al alargue, donde obtuvo la victoria. El Tri, con el marcador, avanzó a la final contra Jamaica.
Hubo un lapso de unos 10 minutos entre el silbatazo maldito para decretar la pena máxima y el cobro de la falta. Los canaleros se querían comer al silbante. Abandonaron el terreno de juego, pero tuvieron qué regresar. Por el lado de la Selección Mexicana fue Andrés Guardado el encargado de cobrar el castigo inexistente. En ese lapso se generó una polémica instantánea que inundó las redes sociales, las conversaciones entre los fanáticos que seguían el juego y los comentaristas de televisión. Se discutía si el mexicano debía jugar limpio, como un gentleman, y echar el balón para afuera, porque no merecía la oportunidad de empatar el marcador. Panamá había sido mejor en el juego, México tuvo un pobre desempeño, y ese penal a favor era un premio inmerecido. Al final, el compatriota disparó fuerte y engañó al arquero.
Sostengo que Guardado hizo lo correcto al anotar. Él debe pensar como profesional, no como aficionado. Seguramente entiende el sentir de toda la comunidad futbolera que vio el robo. Mexicanos y panameños, por igual, reprocharon la falla terrible de Geiger. Andrés confesó ante las cámaras que consideró volar el disparo para hacer justicia por mano propia, pero optó por hacer lo conducente, que era buscar el gol que consiguió.
No tenía el derecho de errar el tiro para lavar con honor la pifia que le favorecía. Su trabajo es esforzarse por ganar, e hizo lo propio por obtener el objetivo. No es más que un empleado, la cara visible de una enorme maquinaria que hace que él salga en la tele. La Selección Mexicana es una gran empresa que es, a la vez, respaldada por otras empresas de mayor calado. Los patrocinadores aportan recursos al Tri, con el propósito de agrandar su marca en base a la suerte del equipo que, independientemente de su posición en el ranking de la FIFA, es siempre popular y taquillero en el país y en el extranjero.
En la cadena de propósitos, las firmas le entregan dinero al Tri, y aunque no le exigen que gane, está implícito el compromiso de que lo haga. No le piden caballerosidad. Esa condición, como cláusula, no figura en los contratos. Lo que se le demanda es que gane, para que mantenga la aceptación entre los fans. Guardado debía hacer el trabajo por el que es remunerado, que es desempeñarse para ganar. Si fallaba, por razones de honor, ¿con qué argumentos le respondería a los directivos y estos a los patrocinadores? Su misión es ganar.
Hemos visto que, en otras instancias, algunos jugadores reconocen las fallas. Aplausos. Pero, por lo que he atestiguado, al lavar la injusticia, ninguno ha comprometido un logro importante de su equipo. No es lo mismo que el jugador reconozca, en la fecha 2 de la liga, que la pelota le rebotó en la mano para entrar, o que se resbaló, por lo que no debieron marcar el penalti a su favor, a que haga una confesión que amerite que su equipo quede marginado de la final de una justa internacional, como es el caso de la Copa Oro. Hay mucho dinero en juego. No se permite que, por nobleza del corazón, se echen millones de dólares al caño, que es lo que hubiera ocurrido, si México no avanzaba a la final.
La discusión sobre la falla arbitral estaba fuera de la competencia de Guardado. Esa se ventila en otra órbita, la de la organización, quizás, o la de la capacitación de los silbantes. Es obvio que el Nazareno norteamericano no era apto para conducir el partido y se le escapó el control. Pero eso ya no es cuestión que incumba al mexicano. Claro, como hombre de futbol, lo que impacta en la cancha, también le afecta a él, pero ese instante del cobro, frente al manchón de los once pasos, no era el momento preciso para las deliberaciones.
La solidaridad de todos es hacia los panameños. Pobres. Hicieron el berrinche de su vida. No fue justa su eliminación. Acusaron a la Concacaf de favorecer a México, a cambio de beneficios pecuniarios. Creo que todos les permiten el derecho al pataleo, para que expulsen la rabia que les corroe las tripas. Pero el zaguero mexicano que tiró el penal no tiene la culpa de nada. Hizo lo que estaba obligado a hacer.
Al final, los canaleros obtuvieron un decoroso tercer puesto. México se llevó la Copa.