
Si Donald Trump cumple su promesa de deportar a millones de mexicanos indocumentados, las consecuencias económicas serían devastadoras tanto para Estados Unidos como para México. La retórica antiinmigrante que acompaña esta propuesta ignora la interdependencia económica entre ambos países, especialmente en sectores como la agricultura, la construcción, el comercio y, por supuesto, en las remesas, que constituyen una de las principales fuentes de ingresos para México.
En primer lugar, la economía de Estados Unidos enfrentaría una sacudida significativa. Los inmigrantes mexicanos representan una parte esencial de la fuerza laboral en sectores de alta demanda y baja oferta de trabajadores estadounidenses. Sin esta mano de obra, los costos de producción aumentarían, especialmente en la agricultura, donde los mexicanos representan más de la mitad de la fuerza laboral. Esto provocaría una alza en los precios de los alimentos, afectando directamente a los consumidores. Además, la construcción y la hostelería —industrias donde la presencia de trabajadores mexicanos es crucial— también sufrirían interrupciones en la cadena de producción y aumentos en los costos operativos.
Por otro lado, para México, el golpe económico sería doble. En primer lugar, la pérdida de remesas afectaría directamente a millones de familias que dependen de estos ingresos para cubrir necesidades básicas como la alimentación, la salud y la educación. Las remesas, que en 2023 alcanzaron cifras récord superiores a los 60,000 millones de dólares anuales, representan una fuente crucial de divisas para el país. Su caída reduciría el consumo interno y generaría mayor desigualdad en las regiones más dependientes de estos envíos, principalmente en Estados como Michoacán, Oaxaca, Guerrero y Tamaulipas.
El caso de Tamaulipas es especialmente relevante debido a su cercanía con la frontera de Estados Unidos. Muchas familias tamaulipecas dependen de las remesas enviadas por sus familiares en Texas, uno de los principales destinos de los migrantes mexicanos. La reducción de estos ingresos afectaría a sectores clave de la economía local, como el comercio, el consumo de bienes y servicios, y la generación de empleo. Además, la región fronteriza podría enfrentar una crisis humanitaria si el retorno masivo de deportados no se maneja con una estrategia de reinserción laboral y social, ya que miles de personas podrían quedarse varadas en la frontera, expuestas a la inseguridad y la violencia que persiste en esta zona.
A nivel macroeconómico, la reducción de remesas generaría presiones sobre el tipo de cambio, debilitando al peso mexicano frente al dólar. Esta devaluación encarecería los productos importados, presionando la inflación y reduciendo el poder adquisitivo de los hogares. Para una región como Tamaulipas, cuya economía está altamente influida por el comercio binacional, la volatilidad del tipo de cambio impactaría de forma directa en los precios de los productos importados, afectando tanto a los consumidores como a los pequeños negocios locales.
En conclusión, la deportación masiva de mexicanos no solo desestabilizaría la economía de México, sino que también afectaría la competitividad de sectores clave en Estados Unidos. Este tipo de política, más que resolver un problema, crearía una crisis binacional con implicaciones sociales, laborales y económicas de largo alcance. Para Tamaulipas, el impacto sería aún mayor, ya que su economía fronteriza y su relación comercial con Texas la colocan en la primera línea de los estados más afectados. Los lazos económicos entre ambos países son tan profundos que una acción de esta magnitud sería equivalente a dispararse en el pie. Las economías modernas no se sostienen con muros, sino con cooperación y mano de obra.