El megalómano Ricardo Antonio La Volpe puede presumir en su currículum un nuevo mérito: ser Cristo predicando la palabra. Así como el nazareno resucitó a Lázaro en su gira proselitista, el Bigotón pudo hacer que Monterrey, muerto desde hace años, se pusiera en pie y asumiera protagonismo.
Hay quienes ven a La Vople como el entrenador ya merito. En su larguísima trayectoria como entrenador solamente ganó un campeonato de liga, en 1993 con Monterrey. Pero habrá qué preguntarse qué es mejor, un entrenador que ganó, acaso, un torneo y luego se perdió en las tenebrosas profundidades de las estadísticas deficitarias o alguien, como el che, que se acerca constantemente a la gloria. Hay qué recordar que Jim Kelly jugo cuatro veces el Super Bowl y los perdió todos. Pero fue galardonado al final de su ilustre carrera con la inmortalidad del Salón de la Fama.
El brioso Bigotón le dio a Rayados una fuerte dosis intravenosa de viagra futbolero. El equipo, propiedad de la más regiomontana de todas las familias, era una vergüenza para los tamaños de sus patrones, los Garza Sada, que hicieron de Monterrey la industriosa ciudad que se presume hasta en los libros de texto.
Rayados ha sido, históricamente, para Femsa, como la quinta rueda del coche, el tercer zapato, el hijo que repetidamente cae en la cárcel por pendenciero. Una pena ineludible. Pero ahora La Volpe le dio vitalidad y coraje, determinación y audacia. No hay memoria de un Rayados con esa catadura estelar en la Liga mexicana. Ni siquiera aquel equipo de Passarela en 1993, que ganó al llegar enrachado a la liguilla, y que luego se desinfló.
Es complicado explicar el futbol. Se pueden presentar formaciones, análisis, hipotenusas en una pizarra, y fichas sobre un tablero. A lo más. Los que se llaman críticos pueden ensayar teoremas sobre una formación tal, o el movimiento de los aleros, o la tendencia de la salida desde la zaga.
Hace poco, luego de una práctica, previo al trámite de la liguilla, tomé un vino tinto con Ricardo en su casa. En esa tardeada me explicaba que él, como entrenador, hace el papel de verdadero director técnico. Su trabajo es plantear un partido y lo hace desde una formación, con la cuál proyecta una estrategia previa pero que, invariablemente, debe de ser modificada en el transcurso de los cotejos.
“Es preciso improvisar, siempre”, me dijo. No se puede anticipar un partido. Claro, es obvio entender el manejo de los marcadores, cuando un equipo se echa atrás o contragolpea si va ganando, pero no existen las fórmulas ni las recetas de cocina para ganar en un partido, aseguró.
La Volpe es un maestro para leer los encuentros. Cambia caballos por alfiles y mueve las torres entre peones. Pero no siempre le resultan los cambios, ni le reditúan puntos sus predicciones.
Sin embargo, está hecho de ébano. Aguanta y sabe dirigir. A estas alturas, se observa que los muchachos de Rayados ven al Profe como su salvador, guía y mesías. Los chicos intuyen, sienten y proyectan que el entrenador tiene esa cualidad mágica de tomar las decisiones correctas.
Se quedó en la semifinal en esta temporada, en la que rehabilitó a un equipo enfermizo y anémico.
El mismo dijo que para el siguiente torneo está obligado a disputar la final. Ojalá así sea.