
Un equipo no puede sostenerse sin el compromiso de todos los jugadores en conjunto.
Basta con que cada uno de los lectores eche un ojo al interior de la propia empresa para la que trabaja. Observe cómo es el ambiente, cómo se desempeña la gente, con qué motivación cumplen sus tareas.
Parece que los patrones no se dan cuenta de que deben incentivar a los empleados, y solamente les dan un sueldo para que hagan por obligación lo que tienen qué hacer. El negocio, así, funcionará, pero sin obtener un nivel óptimo. Seguirá superando paulatinamente sus marcas pero sólo por inercias de mercado, no mediante saltos cualitativos propios del esfuerzo extra que demanda una empresa ganadora.
Ferran Soriano –lo recuerdo de nuevo porque aborda un enfoque nuevo del futbol desde el punto de vista ejecutivo– recuerda que en 2003 brincó de Boca Juniors al Barcelona un muchacho prometedor, Juan Román Riquelme, que había heredado con justicia el 10 en la Selección de Argentina.
Lo llevaron al Camp Nou en calidad de crack. Tenía una proyección ofensiva imparable y era capaz, él solo, de arrastrar con todo el equipo hacia el frente. Su fichaje fue un golpe mediático soberbio para el club catalán.
Pero el argentino no dio los resultados esperados. Su baja de juego era un misterio. Los directivos se percataron pronto que era un muchacho tímido, que no hacía grupo. Llegaba al entrenamiento, cumplía y se retiraba. Su paso por el club blaugrana fue discreto. Casi un fracaso.
Cuando los ejecutivos del equipo averiguaron las causas de su espectacular decaimiento encontraron una historia sorprendente. Riquelme vivía en un barrio pobre a 30 kilómetros de Buenos Aires. Cuando fue fichado por Boca, tuvo que mudarse a la capital.
Pero Juan Román extrañaba a los suyos. Todos los días visitaba la colonia, no podía emanciparse del arroyo. Terminó por construir una casa cerca de la calle donde creció, y hacía el recorrido diario a Buenos Aires para los entrenamientos. Cuando no andaba de gira, regresaba con sus amigos de la cuadra.
Los directivos culés encontraron otro dato revelador. Un empleado fue a la casa del astro en Barcelona y se sorprendió al ver que en la residencia no había muebles. Sólo una mesita y objetos necesarios en la recámara. Era evidente que sufría en Europa y que no quería estar lejos de casa.
Riquelme no había podido adaptarse a 30 kilómetros de su barrio, menos pudo hacerlo a 10 mil.
Riquelme fue liberado a la segunda temporada, fichó con el Villarreal donde hizo un trabajo mediano y regresó a la querencia con el Boca Juniors, equipo con el que actualmente milita.
El armador argentino no asumió nunca el compromiso, no porque no pudiera, sino porque no tuvo capacidad de adaptación, carácter para convertirse en jugador de élite.
Por esta experiencia, Soriano recomienda que al contratar jugadores, es necesario conocer su vida personal, sus hábitos, sus fobias y filias. En el caso de Riquelme, de haber sabido el club su problema de adaptación, se hubiera empeñado en ayudarlo, rescatarlo de las profundidades de su melancolía enfermiza que terminó por aniquilar su prometedora carrera internacional.
El caso de Riquelme es singular, pero no único. Hay variaciones sobre el mismo problema que es, en el fondo, una imposibilidad de asumir un compromiso con el equipo.
Cuántos jugadores no se han visto que se ajustan el uniforme como burócratas con horario de 8 a 5. Reciben una papeliza por entrenar y salir a patear la pelota en el terreno de juego el fin de semana en un estadio.
Eso, por supuesto, no es ser un profesional. Es necesario que exista un compromiso verdadero con el jugador, una actitud propositiva, agresiva, si se quiere, por la camiseta que se defiende.
Esos jugadores comprometidos destacan siempre: por ahí andan Cabrito Arellano, Chuy Molina, Aldo Denigris (vistiendo las playeras de Tigres y Rayados), Miguel Calero, Chaco Giménez, Lucas Ayala, Oswaldo Sánchez. En el vestidor y en la cancha se mueren por la franela y lo proyectan en su trabajo.
Los otros, los que juegan futbol checando tarjeta y esperan la hora de que termine el entrenamiento para largarse a otra parte, son también fácilmente identificables.
Que cada quien elija a los suyos.