En un resort de Anamur, Turquía, a donde acudí como asesor, invitado por Jorge Valdano y la firma que representa, tuve la oportunidad de asistir a una serie de enriquecedoras conferencias sobre psicología del deporte.
En una de ellas, el sociólogo danés Jesper Lovenbalk Hansen explicaba las crisis -que no son infrecuentes en el futbol mundial- derivadas de la relación entre director técnico y directiva en los clubes. El fenómeno se repite con mayor frecuencia en Latinoamérica, donde existe una impaciencia endémica por hacer que funcionen los equipos a costa de lo que sea. Los dueños resisten muy poco, presionados por los aficionados y la prensa, y actúan contra los entrenadores que son, en el negocio, los que expían siempre pecados de otros.
Pero hablaba también de algunos casos en los que el mismo técnico propiciaba su caída, permeado por la angustia de los dirigentes. Explicaba el danés: “La paciencia de los directivos es como un álbum de estampas. Cada falla, pifia, error o desplante del entrenador se va agregando a una de las páginas y así las va llenando hasta que se colma de estampitas. En ese momento el dueño del juego canjea el álbum por un premio. ¿Cómo? Estallando, tomando decisiones radicales, corriendo al entrenador. Así funciona la psique del humano”.
Luego el álbum se limpiaba y volvía otra vez a ser llenado con las fallas del nuevo entrenador. Hasta que era hora de volver a cambiarlo, remataba Lovenbalk en su ejemplo.
De regreso en el avión pensaba en ello. Leí con atención el caso del equipo mexicano Rayados de Monterrey, y cómo la poderosa empresa FEMSA propietaria del equipo, despidió al entrenador Ricardo Antonio La Volpe para nombrar, menos de 24 horas después, a Víctor Vucetich. El argentino es buen amigo mío, y aunque le conozco sus arrebatos de ira, sé que es un tipo inteligente, que conoce del negocio y que jamás comerá lumbre. Aunque padece neurosis clínica, no es de los que se suicidan arrojándose al arroyo desde el cordón de la banqueta.
Pero lo que hizo fue –podría asegurarlo- llenar el libro de estampas de la firma que patrocina al equipo regiomontano. Es atrevido Ricardo Antonio, uno de esos tipos que bien pueden cantar en un karaoke ‘A mi Manera’ y hacerla himno propio.
Y cantando eso parece que esta vez el querido Bigotón se resbaló.
No ha dado una, el pobre, desde el Mundial de Alemania 2006. Su devenir se ha convertido en una cascada de fracasos, cada uno más doloroso que el anterior. Luego de la justa internacional, salió de México echando lumbre. Lanzó culebras y alacranes por el trato injusto que, dice, le dedicó la prensa mexicana, tan crítica y criticona, encimosa y asfixiante. Se enroló, luego en Boca Juniors y Vélez Sarsfield, como quien va a la Legión Extranjera buscando el olvido. Erró por completo.
Tuvo que regresar a México, país donde ha vivido sus glorias mejores y a donde, parecía, no iba regresar ni cloroformado. Fue firmado con Monterrey, pero al término de la segunda temporada fue echado, a patadas, casi. En la prensa he leído que durante su estancia con el equipo maltrataba a los chicos, les daba de coces y los vilipendiaba en público y en privado, hasta las lágrimas, en algunas ocasiones. Su mal humor lo hacía repelente al buen trato y sembró pacientemente antipatías entre el público.
Comenzó a inmiscuirse con la dirigencia del equipo, a cuestionar contrataciones y el estilo gerencial. Nadie escupe gratis en el organigrama de una de las empresas más sólidas de este país, por más La Volpe que sea. Al final tuvo que irse. Hasta eso: le dieron una salida digna, alegando diferencias económicas. Pero la especie nadie la compró. Se sabe ahora que la orden para desmarcarlo de la institución vino de muy arriba. Hablé con José Antonio Fernández, jefe supremo en Rayados, para que me confirmara la versión, pero riéndose, como es su estilo ante las preguntas incómodas, el muy diablo me mandó saludos a la familia y a mi mascota, pero dijo chau sin darme confirmación o mentís.
El sociólogo aquel que vi en Turquía, alertaba, al final de su conferencia, sobre el peligro de esas crisis mal resueltas. El desempeño lo recomienda a uno, concluyó. En un equipo de trabajo, como puede ser uno de futbol, se sabe quienes son los empeñosos, los nobles, los haraganes, los generosos, los voluntariosos, vinagrillos, salaces, matoneros, timoratos, valientes e impostores. Y la fama se dispersa, inevitablemente, en el medio.
Todo México ya sabe como es La Volpe.
Quién sabe quién será el valiente que ahora lo contrate.