Se cocina una torneo Apertura 2008 con tan escasas esperanzas que parece ser que está agotado el modelo del futbol como entretenimiento clásico de masas. Es cierto que la transmisión instantánea de partidos internacionales con jugadores que parecen celestiales, nos abre apetitos cada vez mayores para presenciar, en nuestro entorno, juegos de mayor calidad. La aproximación a un futbol de excelencia, como el que se vio recientemente en la Eurocopa, despierta al aficionado mexicano, le remueve el nervio aspiracional, y lo obliga a comparar lo que tiene con lo que hay en otros aparadores.
El pasto del vecino es siempre más verde, se acostumbra decir, como metáfora de un vicio muy humano de la envidia y el celo, pero en el futbol internacional el pasto del Viejo Continente es realmente, y científicamente comprobado, más verde que el de este lado del Atlántico.
Los equipos apuntan sus baterías cada vez más lejos de la cancha. Son creadas nuevas mascotas, se intensifican los concursos, la publicidad es cada vez más onerosa y vacía. La presentación de un nuevo uniforme es un evento que –en la mayoría de los casos– supera en espectacularidad al mejor de sus partidos en la temporada regular.
Aguilas del América armó un evento con decenas de miles de personas para justificar con aparto y cohetones los logros que no le alcanzan para ver de frente a sus aficionados. En medio de la presentación de una nueva playera, se renuevan esperanzas y se gana tiempo para el reagrupamiento. Detrás de esa parafernalia, está un equipo con el ánimo lesionado, herido en lo más hondo por directivos ineptos que invirtieron la pirámide de los valores de la vida y la mercadotecnia: privilegiaron el bienestar de la empresa por encima de la del consumidor.
Se gana tiempo con argumentos vacíos y cada vez más insultantes. La mercadotecnia se vuelve obscena. Tigres lanzó una casaca finísima, con la mejor confección del mundo. Con sus recursos, el equipo podría traer telas de Júpiter, si quisiera. Puede confeccionar trajes de gala pero no puede armar un equipo competitivo. Enrique Borja, su presidente, apela a la mística del equipo y concilia sus deficiencias con la vehemencia de una fanaticada nada exigente que quiere satisfacciones. Estoy seguro de que esta vez va a funcionar, afirma. El, como los directivos de América, ganan tiempo. Algún día se va a revertir esto. Es cuestión de que los astros se alineen y el horóscopo sonría. Es decir, no se sabe cuando.
Pero mientras se espera el resurgimiento del equipo, que Lázaro se levante, que cante la gorda, que los polos se deshielen y el sol salga por el poniente, se le arrojan promesas y esperanzas a los aficionados, a la masa enceguecida, que mantiene el negocio circulando y en crecimiento, como si fuera una gran alcancía a la que cada quien le abona un poquito para hacer un gigantesco potosí.
Hace 10 años la mercadotecnia tuvo su efervescencia y le dio para ponerla de moda, para lanzar a los chicos a entrar a las universidades para cursar una carrera en el embrujo del mareketing. Los equipos y las grandes empresas en general se solazaron creando equipos gigantescos de genios que sabían posicionar productos y venderlos, a cambio de un riesgo mínimo para el empresario.
Los clubes se montaron en la formula y esta funcionó. Pero parece que el sistema está exhausto. Quizá sea tiempo de que los equipos vuelvan a la fórmula tradicional y en lugar de camisas de lujo vuelvan a darle a la tribuna simplemente futbol.