El reciente motín en el Cereso de Reynosa vino a confirmar lo que es una realidad en las cárceles de México: que son caldos de cultivo para que los delincuentes se gradúen con doctorado, no para reformarse y volver a ser ciudadanos de bien.
Salvo contadas excepciones, son pocos los que entraron a las celdas y se volvieron a reintegrar a la sociedad. Son como prietos en el arroz.
Lo que vimos, leímos y escuchamos a través de los medios, bien pudo haber sido una crónica, en los peores años de violencia y terror, de lo que pasa en las hacinadas penitenciarías de Brasil o de Colombia.
Pero no fue así. Reynosa atrajo la atención nacional e internacional cuando batió el récord que tenía Matamoros, en los años ochenta, de mayor número de víctimas por un enfrentamiento sangriento dentro de una cárcel: 21 que es una cifra digna de avergonzar y preocupar.
Pero meter paz dentro del sistema penitenciario mexicano no es una solución fácil de poner en práctica, hay mucho desorden, muchos intereses oscuros, pero, sobre todo, hay negocios donde los mismos directores y personal de seguridad están metidos hasta el cuello.
Si nuestra realidad en México es que ya no salimos seguros a las calles, ¿qué pasa dentro de las prisiones? Seguramente situaciones que están fuera de nuestra imaginación.
Estaba dando mi clase de Periodismo Internacional en la Universidad Autónoma de Nuevo León cuando supe lo que estaba sucediendo el lunes 20 de octubre dentro del reclusorio.
Son de esas noticias que todo reportero quisiera cubrir, sobre todo cuando se empieza a especular sobre el número de víctimas.
Quiero admitir que antes, en el periodismo de nota roja, dependiendo de la cantidad de muertos en un hecho era el tamaño o los minutos en los noticieros que los editores y directores asignaban en los periódicos, noticieros de radio y de televisión.
Ahora, la sangre vende sin importar el prójimo. Los noticieros de televisión, sobre todo, se han salido de control y explotan el morbo en complicidad con su público.
Los casos más patéticos son los canales de Monterrey, donde por un alcance de automóvil se desplazan unidades de control remoto, se utiliza el satélite y se expone en la pantalla la sangre al televidente para ganar el famoso rating.
Pero volviendo al caso Reynosa, los 21 asesinados –acuchillados, balaceados y quemados– en realidad es una cantidad que confirma la brutalidad en la que viven, o sobreviven, los internos de los Centros de Readaptación Social en México.
Y ni qué decir de las jornadas que pasan los huéspedes en las cárceles de máxima seguridad, en donde se encuentran los delincuentes top ten más peligrosos como secuestradores y traficantes de drogas.
Los hechos sangrientos del lunes 20 seguramente no serán los últimos en nuestro país, tomando en cuenta que parece una estrategia de los diversos grupos del crimen organizado para evidenciar todavía más las debilidades del gobierno federal al enfrentarlos.
Las ciudades, las calles y los penales calientes será el pan cada día en lo que resta del año. Y Dios nos agarre confesados cuando empiece 2009.
La guerra está declarada y cada vez empeora aún más, gracias al ex presidente Vicente Fox que le dejó este comal ardiendo a Felipe Calderón, de un enfrentamiento que no tiene fin.