
La Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) es un órgano supralegal que no le rinde cuentas a nadie. O, por lo menos, no como debiera. No se sabe a quién le rinde tributo. Como es una asociación mundial, se supone que, en cada país donde tiene sus filiales hay una aportación fiscalizada al respectivo gobierno. Cumplen, así, el contrato social al que se ciñe todo el mundo civilizado. Lo cierto es que se hace asunto público cuánto entra o sale de la FIFA.
Pero su inmenso poderío va más allá de los vulgares entuertos monetarios, que pueden no interesar a la mayoría. Los que manejan la federación son gente rica. Su poder va descendiendo, en pirámide invertida, hasta llegar a los aficionados, que son el factor más numeroso, pero menos influyente.
Los estadios, los grandes teatros usados por el futbol mundial para cebar las cuentas de los dueños del balón, son también feudos de autonomía fáctica. Lo que ocurre en esos escenarios, es un asunto que compete únicamente a las autoridades rectoras del futbol, no a los ministerios públicos que debieran se oficiosos para atender, investigar y pedir sanciones por conductas antisociales descritas en los códigos penales.
Cuando dos personas riñen en la calle, son detenidas por alterar el orden. Se les lleva a la barandilla y se les da chirona por una noche, para que se les pase el ardor. Pero en los estadios con frecuencia, los rijosos se van impunes. Eventualmente, hay algunos detenidos, que son trasladados a los separos municipales. Se les procesa por faltas administrativas y se les libera. Es como darle un manazo al niño que se portó mal cuando, muchas veces, los involucrados en las broncas generan lesiones considerables a sus contrarios. Pero no hay queja del afectado. De acuerdo a las leyes de la tribuna, con frecuencia se abstienen de interponer querellas. Son asuntos del futbol, se dice.
México está asombrado por la trifulca que ensombreció el juego de Atlas contra Guadalajara, la noche del 22 de marzo de 2014 en el Estadio Jalisco. Para fortuna de los departamentos noticiosos, hay testimonios video grabados de los ataques homicidas de un piquete de aficionados en contra de policías. Se pudo captar lo que ocurría en las gradas. La barbarie desató naturales condenas. Pero hay también episodios de los que nadie da testimonio reproducible. Hay otros sucesos violentos en la grada que pueden ser atestiguados por guardias privados y uniformados, pero de los que nadie se queja porque no hay una grabación de por medio. Esto ocurre en todo el mundo.
Los dueños de los equipos reaccionaron por las muestras de salvajismo exhibidas en el clásico tapatío. Sospecho que lo hicieron porque las vejaciones, que ya son de dominio público, golpean directamente sus intereses, su prestigio, sus instituciones. Se muestran indignados porque alguien les mostró el horrible rostro de sus propios aficionados. Pero es algo que, estoy seguro, ya conocían.
La violencia en los estadios no es nueva. Siempre ha existido. Lo que parece que comienza a afectar a la empresa del futbol es la existencia de redes sociales y dispositivos móviles que pueden captar en fotografías y videos, hechos brutales que luego son millones de veces repetidos.
Si se aplicara la ley desde un inicio, si se evitara que la FIFA gozara de poderes alternos, si de inmediato se combatiera el mal de la violencia, habría menos espacios para los agresores.
Ahora hay reacción, pero sospecho que sólo es una indignación pasajera. Con el paso de los días, todo seguirá como estaba. Hasta que surja otro escándalo video grabado o hasta que ocurra un homicidio
en la tribuna.