Estados Unidos como nación, dice Fuentes, tuvo la oportunidad de forjar su poderío institucional porque los colonizadores erigieron el país sobre un territorio árido. Surgieron de la nada y no tuvieron opresores que les impidieran su ascenso y permanente consolidación. México, en cambio, tuvo que sobreponerse al ultraje español, a la colonización y a una serie de traumas de baja autoestima, por fuerzas exteriores que dejaron una impronta en el espíritu nacional que persisten hasta el nuevo milenio.
Hasta hace apenas una década, México podía presumir que Estados Unidos le ganaba en todo, menos en futbol, el deporte nacional y apasionamiento obligado para los varones en el país. Los gringos pueden ser buenos en cualquier actividad, –solían decir orgullosos los mexicanos–, pero en el futbol se arrodillan. Se recuerdan en la década de los 90 soberbias goleadas, en territorio propio y ajeno, que eran triunfos para sonar la campana de Dolores y que reafirmaban al país como potencia superior a la de los vecinos del norte, por lo menos en el juego de pelota.
Pero ahora ya ni en futbol, ese mínimo consuelo que ya era bastante. Con la derrota de México 2-0 frente a la Unión Americana, el 11 de febrero, se cumple una década sin que los aztecas derroten a los hijos del Tío Sam en su casa.
Estados Unidos, está visto, no practica el mejor futbol del planeta, pero juega con el suficiente orden como para humillar al cuadro mexicano, tan cargado de europeos que no pueden tener una miserable concentración completa previa a un cotejo, ni siquiera para darse los buenos días o jugar completa una partida de naipes. La desunión de los grupos parece permear todos los ámbitos del país.
Los gringos no son los mejores del área pero México, por lo pronto, no es, si alguna vez lo fue, eso que, con tanta cursilería y complejo de inferioridad, llamaban gigante de Concacaf. El mote le quedó gigante al que se creía gigante.
Amedrentados por el compromiso, paralizados por el miedo a la derrota, superados por el espíritu guerrero de los oponentes, se vieron sobre la cancha como cervatillos encandilados. Cuando la armada norteamericana entró por las calles de Kabul, en la invasión de 2001, las señoras les arrojaban piedras y haces desde las ventanas, enfurecidas por su irrupción. Sin fusil en mano, los marines entraron a la cancha de Colombus e hicieron que los mexicanos empequeñecieran, casi pidiendo clemencia para que no los golearan.
El “Venado” Medina, que en México es el gran gambetero, demostró, como siempre, que no está hecho para los grandes compromisos. Su destino es ser el rey del barrio, sólo eso. Por ahí deambulaba por la cancha, falto de piernas, y deshaciéndose del balón como si le quemara. El “Jagger” Martínez gravitó sin trascendencia, también asustado, y desprevenido en la marca que no pudo cumplir en el primer gol. Sus ojos desorbitados reflejaban el pánico en el escenario.
Oswaldo, listo para la jubilación, se tragó enterito un pepino que hizo más duro el trance, al atacar un disparo con una técnica tan deficiente como lo haría un pequeño que apenas ingresa a primer grado en la escuela de Siboldi.
Mención honorífica merece Rafael Márquez, quien es embajador del futbol tenochca en el mundo. Irresponsablemente se hizo expulsar en el momento más álgido del partido. Imposibilitado para mantener el temperamento refrigerado, explotó por la desesperación y agredió a un contrario para hacerse expulsar.
Como si el equipo fuera su juguetito, lugar para desquitar sus frustraciones personales, decidió dar el golpe para calmar su ira. Que se amuele la afición. Apenas segundos antes de que inicie el encuentro asegura, en repetidos comerciales, que la Selección es de todos y que es necesario apoyarla porque es patrimonio de los mexicanos. Pues no parece. Lo que demuestra, con su actitud, es que siente que el equipo es suyo y que el público le importa un gorrito.
¿O será, acaso, que quería que lo expulsaran para regresar a España? ¿Estaba buscando que, con la suspensión que le van a dar, se le permitiera regresar con el Barcelona para afianzarse en su posición, ahora que su cabeza pende de una hebra?
Luego del encuentro, los federativos se vieron asustados. Pero no porque el equipo fuera derrotado, si no porque es cada vez más evidente que el público ya comienza a despertar, y las muestras de inconformidad son mayores. Las empresas dan futbol a cucharadas a cambio de ofrecer la ilusión de un campeonato, una satisfacción que nunca se cumple.
Pobre México. Su selección no es el gigante; es ahora el hazmerreír de la Concacaf.