
¿El Técnico? Bueno, en los deportes es como el chivo degollado con el que se expían los pecados. El entrenador es una especie de resumidero de calamidades. Se encarga de preparar la maquinaria para que funcione y presentar una estrategia, lo que sea que esto signifique.
Rubén Omar Romano fue vilipendiado como muy pocos en esta final del torneo Apertura 2010, cuando su equipo Santos fue atropellado sin misericordia por Rayados, flamante campeón.
El equipo lagunero tuvo la corona en sus manos y sólo le faltaron algo así como 60 minutos para poder ceñirsela, pero un ataque relampagueante de Rayados y una defensiva debilucha de Santos hizo que se le diera vuelta al marcador y en un suspiro, las ilusiones de Romano se volatilizaron.
Ahora se le culpa de todo al adiestrador, cuando hay que ver que el equipo, los once que estuvieron en la cancha, no hicieron nada para merecer el campeonato. Santos se dijo el equipo que mejor había jugado durante la temporada regular, del mediocre torneo mexicano de una vuelta.
Su delantero estrella, el ecuatoriano Christian Benítez, fue el campeón de goleo. Con una velocidad explosiva y unas gambetas jeroglíficas destanteó a todas las zagas que enfrentó en la liga. Pero en el momento decisivo, en la hora cero, fue superado por su propia atonía, su falta de claridad, su ausencia de genio.
Él y el llamado científico del gol, el colombiano Carlos Darwin Quintero, se encargaban de comandar el ataque. Eran los angelitos negros de la comarca lagunera, ocupados de matar al conjunto regiomontano. Pero no hicieron nada en la final final, del Estadio Tecnológico de Monterrey. Esa delantera no lució.
Atrás de ellos, en la media cancha no hubo quién pidiera la pelota para controlarla, dormirla, guardarla. No pudieron conservar esa ventaja de oro que al final se esfumó.
Ahora todos culpan a Rubén Omar Romano. Ha sido crucificado y se espera que resucite hasta que inicie la siguiente temporada.
Apenas el torneo anterior a este fue derrotado de una manera humillante en una serie de penales imposible de perder. Cuando sus muchachos tenían que anotar uno de los tres finales, fallaron todos.
Ahora, después de tener una ventaja categórica de un gol solitario en el juego de vuelta, sus pupilos no pudieron aguantar.
¿De quién es la responsabilidad, entonces? Con gallardía Romano se ha echado la culpa, pero lo cierto es que el futbol pasa por los jugadores, es un deporte de ejecución. No es como el ajedrez, en el que el mismo estratega dispone de los movimientos en el terreno o en el tablero. Fueron los que estaban en la cancha los que echaron por la borda el impecable trabajo de todo el torneo. No supieron conducirse con propiedad en el momento decisivo y les temblaron las piernas al ver la estampida de rayados que se les echó encima con vehemencia asesina, por el gol salvador que consiguieron, más dos añadidos que les dieron el triunfo categórico.