
Un día vi por la ventana irse a un señor que se hacía llamar nuestro papá. No recuerdo el año exacto, 1973 o 1974. Yo tenía nueve años y era el hermano de en medio. Tiempo después empezó a frecuentar la humilde casa de renta de Matamoros un señor de estatura pequeña. Tenía cierto parecido a Armando Manzanero. No recuerdo que mi mamá nos haya sentado a los cinco hijos para explicarnos quién era, pero sabíamos que eran compañeros en la oficina de Correos. Pasó el tiempo y mi mamá se embarazó y así nació Lupita, la más pequeña que selló ese amor entre los dos. De aquel señor que vimos por la ventana irse nunca más supimos, ni se preocupó si sus cinco hijos tenían vestido, comida y salud. Vaya, tampoco le lloramos. Don Marcos tomó rápido su lugar. Nunca nos hizo menos ante sus otros ocho hijos, ni ante Lupita la menor. Es una historia de más de 45 años de casado con mi mamá que me llevaría muchos capítulos de un libro escribir. Mi papá es el ejemplo de que un papá no es quien trae hijos al mundo, sino quien se ganó ese título con amor, dedicación y cariño hacia nosotros como don Marcos. Te amo papá. Y aun en tus silencios, con tus 92 años a cuestas, me sonríes cuando llego a casa y mi mamá Angelita te dice: “Es Hugo”.
DE MÉXICO 70
A MONTERREY 2026
Mi primera experiencia con un Mundial de Futbol fue a los seis años y medio: México 70. Vivíamos en familia en Torreón, Coahuila, y recuerdo haber visto y escuchado algunas acciones de partidos en una televisión blanco y negro de unos vecinos porque en casa no había.
Ellos vendían petróleo en tambos de 200 litros y éramos sus clientes. Cinco pequeños hermanos estábamos al cuidado de dos hermanas a quien cariñosamente las llamábamos “mamá Licha” y “mamá Tina”; eran tías de nuestra mamá Angelita que pasaba largas temporadas lejos de casa por su trabajo en el Servicio Postal.
En esa casa-negocio ubicado sobre la misma banqueta pasamos tardes inolvidables oyendo en discos de acetato cuentos sentados en un sofá junto a la ventana que daba a la calle. Recuerdo a Peter Pan, Caperucita Roja y Los Tres Cochinitos.
Hasta que un día se inauguró el Mundial en el Estadio Azteca. Sobre ese campeonato me vienen a la mente las fichas de refrescos con promociones, así como las caravanas de vehículos de esa empresa -que seguramente era Coca-Cola-, aventando souvenirs a la gente.
Mentiría si dijera que a esa edad estuve pegado al televisor, sobre todo porque era ajeno, viendo los partidos de México, Brasil o Italia. Pero sí recuerdo escuchar insistentemente a los cronistas sobre un jugador que fue el estelar del campeonato: el Rey Pelé.
Dieciséis años después, en 1986, México volvió a ser sede (de chiripa) de un Mundial cuando a Colombia la FIFA le retiró la sede porque el narcotráfico azotaba a ese país sudamericano. Eran los tiempos de extrema violencia por los cárteles de la cocaína.
A ese evento acudí a varios partidos, no como hubiera querido, siendo reportero de El Porvenir de Monterrey en las sedes de la Ciudad de México, Puebla y Guadalajara. El desenlace es conocido: Alemania eliminó a la selección azteca en Cuartos de Final en el Estadio Universitario.
Este jueves 16 de junio se confirmó a la CDMX, Guadalajara y Monterrey como las tres sedes del Mundial de 2026 de Norteamérica donde, por primera vez, participarán 48 equipos distribuidos además en Canadá (3) y la mayoría en Estados Unidos. Y en las tres ciudades mexicanas se jugarán diez partidos en total.
Para 2026, si Dios me da vida, estaré jubilado como periodista, pero tendré la mejor de las excusas para no perderme acompañado aunque sea a un partido: mis dos pequeños hijos que tendrían diez y siete años. Casi la misma edad cuando el futbol empezó a interesarme y aprendí a gritar “¡goooooooooooool!”.
twitter: @hhjimenez