
Acontracorriente de la inercia cinematográfica, que se esmera una y otra vez, con resultados variopintos, en imaginar la vida en el espacio exterior, con El Origen, Cristopher Nolan se adentra en las profundidades más recónditas y aterradoras del subconsciente.
Mientras todos enfocan su búsqueda en las estrellas, él emprende un viaje interior lleno de sorpresas y peligros.
La película escrita y dirigida por Nolan es una proeza de la imaginación, mezcla de ficción y acción.
Con una audacia admirable, reta al siempre complejo concepto del espacio-tiempo y se atreve a encontrar una cuadratura lógica a los misterios de la mente y la paradoja del presente pasado y futuro que, hasta ahora, no ha podido ser explicada con precisión.
Nolan afila la pluma y consigue un razonamiento que parecía imposible, sobre la relación que hay entre el reloj y la mente.
En un futuro en el que hay máquinas que pueden introducirse en el subconsciente, Leonardo DiCaprio es un ladrón especializado en los secretos corporativos. Comete las pillerías cuando sus víctimas duermen. En ese viaje onírico extrae los secretos que habitan sólo en las mentes de sus inocentes objetivos.
En este mundo criminal del espionaje industrial, al maestro de la irrupción de los sueños se le asigna un trabajo que parece imposible: no sólo tiene que entrar a un sueño, sino que modificar el subconsciente de la persona para que cambie decisiones que afectaran a otro poderoso competidor.
Si de por sí, la idea parece compleja, explicarla resulta mucho más, y mucho más ejecutarla en la pantalla.
Con una insólita precisión de didáctica, el director hace que sus personajes se muevan en los sentidos que puedan presentar una asimilable explicación de sus actos, aunque el drama exige concentración absoluta.
De cualquier manera, no es fácil entender cómo se habita en los sueños. El territorio es inexplorado y el discurso espeso. Los primeros 30 minutos pueden causar confusión por el shock de ingresar a ese universo nuevo en el que, pese a su naturaleza subconsciente, hay reglas y constantes que producen efectos predecibles y peligrosos.
El viaje de Nolan a través de los sueños es mágico, de varios planos entre la dimensión real y la ensoñada. El viaje emocional es intenso y conduce a profundidades insondables. Los efectos visuales son inéditos en la historia del cine. La reconstrucción de los paisajes mentales, grotescamente deformados en bellísimas imágenes creadas por computadora, ofrecen, por sí solos, un espectáculo deslumbrante.
Pero lo importante es que hace Nolan con sus personajes vivos y/o dormidos, pero avanzando por un universo creado únicamente por imágenes generadas por neuronas excitadas, que llevan a los personajes vivir un sueño dentro de otro sueño, y dentro de otro sueño en delirantes estados de conciencia alterada, dentro de la animación suspendida en una vida ilusoria.
La travesía en El Origen parece no tener límites. Las sorpresas se van revelando de manera sucesiva mientras la historia, que avanza sin descanso, lleva al protagonista y sus acompañantes a riesgos insospechados que prometen un tobogán de emociones de primer nivel.
Nolan ya había demostrado su capacidad superior como realizador en trabajos brillantes como Memento, Insomnia y El Caballero de la Noche. Pero ahora rompe con todo y da un paso hacia arriba.
Steven Spielberg y George Lucas deben estar celosos por esta producción.
El Origen es la obra de un genio.