
Invasión del Mundo: Batalla-Los Angeles es un larguísimo anuncio publicitario de las fuerzas armadas de los Estados Unidos.
La nación autoproclamada líder en el planeta y bandera de la paz y la democracia, envía una feroz campaña con esta cinta a todos los jóvenes de su país, para invitarlos a que se ciñan el uniforme, empuñen el fusil y guerreen las amenazas que llegan del exterior, apegados a un estricto protocolo de orden, disciplina, valor y coraje.
Como lo ha repetido el presidente norteamericano, las fuerzas armadas están dispuestas a pagar cualquier precio que sea necesario por obtener una victoria. La derrota no es una opción. Como muestra están las recientes invasiones en Serbia, Irak y Afganistán.
La película, protagonizada por Aaron Eckhart, refleja los actuales temores del Tío Sam. Involucrado en tantas guerras, el país está en espera de que un enemigo poderoso los golpee sin misericordia.
La paranoia nacional es ahora representada por alienígenas que aparecen de pronto en el firmamento y se aprestan a arrasar con las ciudades más importantes del planeta. Uno de los objetivos es Los Angeles, donde se centra el drama.
El mundo está desprevenido. Los surfistas que se asolean en la costa oeste, están a punto de perder la libertad que tanto aman y que tanto les ha costado construir.
En la metrópoli californiana se concentran, en medio de una colorida mezcolanza de efectos especiales, las tramas de las cintas El Día de la Independencia y Sector 9. Todo, adobado con un look de Cloverfield: el Monstruo.
El director Jonathan Liebesman creó un hermoso empaque para una película hueca. Carente por completo de profundidad, los personajes deambulan descontrolados y planos en un cuento extremadamente sencillo, atiborrado de lugares comunes, creado para adolescentes adictos al video game, al que le ofrecen una historia inaceptablemente sencilla, donde todo se simplifica hasta la risa.
Los caracteres son presentados con algunas de sus peculiaridades y dramas personales, pero sus momentos íntimos se van en diálogos tan largos e intrascendentes que pierden sus verdaderas virtudes hasta convertirse, si acaso, en soldados de juguete, hechos para lucimiento de las explosiones y la impecable edición de sonido.
Lo único que importa en la batalla de dimensiones épicas, es el espectáculo CGI (imágenes generadas por computadora) que agota todo su arsenal –o presupuesto- en el primer episodio. Hay un larguísimo puente de confrontación insustancial hasta llegar a un desenlace plagado de agujeros lógicos y un final más o menos satisfactorio.
No hay en Invasión del Mundo, algo que no se haya visto antes en alguna otra película. Con una nueva generación de efectos especiales, los monstruos, sin embargo, recuerdan mucho a los de Sector 9.
Liebesman supuso que la cámara al hombro daría el efecto de documental, de actualidad, de incidente vivo. Error. Solo un maestro, como Greengrass, puede hacer que la cámara nerviosa le dé un real sentido de angustia a la película, como lo demostró en joyas como Vuelo 91 o Bourne: El Ultimátum. En Invasión del Mundo, el director buscó recursos narrativos visuales de la escuela de JJ Abrams, pero sin la lucidez del creador de Misión Imposible III.
Invasión del Mundo es una aventura patriotera y panfletaria, refrito de muchas otras, que llama a los chicos a reclutarse y pretende convencer al planeta de que la Unión Americana está lista para fajarse en combate con el más feroz de los enemigos, incluso si es extraterrestre, este irrumpe violentamente en su territorio con el propósito mezquino de colonizarlo.
Quizás a los gringos les gustó mucho. Pero quizás sólo a ellos.