La ladrona de libros tiene un título fraudulento. La cinta utiliza un pequeño pretexto para asumir un nombre que no la representa fielmente.
En realidad, la ladrona de libros es un retrato bellamente producido de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, donde había una feroz cacería de judíos y un ambiente irrespirable por el acoso totalitario del Reich.
Durante esa época dolorosa y oscura en la historia de la humanidad transcurre la vida de la pequeña Liesel, una pequeña inteligente y observadora, entregada en adopción a una pareja madura de alemanes.
La niña iletrada aprende a leer en esa dura realidad y descubre el mundo nuevo y maravilloso de los libros, con mil posibilidades para fantasear, dentro de su existencia deprimente y sin escapatoria.
Y mientras la mujer y sus padres tratan de sobrevivir, llega a sus vidas un joven judío, que debe ser oculto por la familia en el sótano de la casa, con el riesgo de que lo descubran y los condenen por ello a todos.
La premisa suena muy atractiva. El problema con la cinta y su propuesta es que todas sus ramificaciones fueron prematuramente podadas. Es como La Lista de Schindler para niños y procurando que no haya situaciones incómodas.
El director Brian Percival concentró todo su interés en recrear una atmósfera terrible en un barrio bajo alemán, descrito en el best seller homónimo de Markus Zusak, y observado por la mirada temerosa, pero decidida de una niña. El diseño de producción impecable es un lujo que se impone y rebasa, por mucho, la pobreza de la narración, deficientemente adaptada.
Los padres de la chiquilla son un lujo histriónico. Geoffrey Rush y Emily Watson representan para ella los opuestos en el hogar. El es cómplice y afectuoso, ella una madrastra cliché, arpía y amargada. En ellos dos recae la carga de la actuación, con interpretaciones conmovedoras.
La niña Sophie Nélisse tiene un papel conmovedor. La bella chiquilla tiene una mirada escrutadora, y observa con resignación el mundo lastimado por la guerra y su propia impotencia ante los horrores de la persecución judía.
Ella encuentra refugio en los libros que roba, y hace cómplice a un vecino con quien desarrolla una linda amistad y una incipiente historia de amor juvenil.
Sin proponérselo, con el toque de su carisma hace que las vidas de todos a su alrededor sean transformadas de diferentes maneras.
Cuando la película comienza a tomar interés, el director corta todas las expectativas. En un intento por evitar los momentos crueles, le da pudorosamente salida a todos los conflictos.
La cinta es larga (dos horas con 10 minutos), y ocurre en ella muy poco. Hay largos espacios muertos de diálogo y de contemplación, con un manejo de cámara que muestra suntuosos paisajes, pero sin relevancia.
El drama se queda muy corto cuando las expectativas se truncan. El avión de la película intenta despegar una y otra vez, pero el director lo hace que regrese a la pista, hasta que se queda sin gasolina.
Hay un desenlace fuerte, muy bien logrado pero muy rápido, que pretende compensar todo el largo prolegómeno insustancial.
Al final, queda una sensación de vacío y de una historia que Percival desperdició, por una reprochable tibieza. Se negó a presentar lo que parecía ser una gran historia y solo entregó pedacería de la vida de una niña que pudo sobrevivir con la ayuda de los libros.