En Amar a Morir, el debutante escritor-director Fernando Lebrija concilia temáticas actuales e inquietudes que están siempre presentes en la agenda juvenil.
Un muchacho de familia acaudalada, va a casarse por un matrimonio arreglado. Antes de dar ese paso trascendental, se ve involucrado en un incidente que lo obliga a dejar todo.
Moralmente sacudido, despierta repentinamente a una nueva realidad, sale de la ciudad y recala en un apartado poblado costeño, donde se involucra sentimentalmente y enfrenta problemas que le pueden costar la vida.
En su guión, Lebrija acumula escenarios numerosos en situaciones límite que van acorralando al protagonista.
Impecablemente filmada, con una bellísima fotografía, un suntuoso diseño de arte e impresionantes efectos especiales, Amar a Morir es, pese a su gran producción, una cinta diminuta, de temática actual, pero condenada por su propia inverosimilitud, que le resta seriedad a cuestiones de vida o muerte.
Con actuaciones deplorables de sus jóvenes y apuestos protagonistas, tiene escenas de acción muy bien hechas, pero que se insertan en una línea argumental llena de agujeros e inconsistencias lógicas, pese a las licencias que permite una cinta de esta naturaleza que combina acción, drama y romance tropical.
Lebrija plantea de entrada, un problema existencial en un muchacho que, en apariencia, lo tiene todo. Confrontándose, por vez primera, con lo que será el resto de su vida, decide revelarse al yugo paterno, pero al hacerlo, mostrando su verdadero carácter, actúa en una dirección equivocada y paradójicamente irresponsable.
Movido por la culpa y la angustia, deja todo en la capital y se marcha. Pero parece que se refugia en otro planeta lleno de personajes caricaturizados: un militar alevoso y cruel, costeños que viven de la pesca y el turismo, y un mafioso todopoderoso contra el que el chico debe confrontarse.
De Tavira, que ya había mostrado sus carencias en Arráncame la Vida, es el millonario que tiene qué adaptarse a su nueva vida de pobre. Ahí conoce a una chica, la sensual colombiana García, que luce tan desagraciada histriónicamente como su contraparte.
El ambiente del trópico es propicio para el amor. El mar incita a la pasión. La costa parece un escenario natural para la infidelidad y la locura.
Pero en ningún momento la historia muestra cómo es que surge el arrebatado impulso que une a los jóvenes, en una aventura que más que peligrosa parece tonta.
Los torpes enamorados buscan discreción, pero parece que todo el pueblo se entera de sus andanzas, menos los verdaderos interesados. Hasta que se descubre su plan.
Pero los problemas derivados, pese a todo, no son tan graves. ¿Qué tan grave puede ser que alguien le gane la mujer al narco del pueblo, lo descubran, lo detengan y lo torturen? Pues parece ser un asunto menor, por las situaciones que se derivan del descubrimiento.
El excelente Alberto Estrella es confinado, como de costumbre, a un cliché. Como mafioso, parece sacado de un videoclip de los Huracanes del Norte, con una indumentaria a la que solo le falta en la espalda un letrero que denuncie su ocupación ilícita.
El desenlace es absurdo como toda la película. Con una escena sacada del manual de estilo Sam Peckinpah, se concluye una trama que se privaba de un tiempo futuro y que no evita la cursilería y sinrazón del saldo último de su atrevida jornada.
Amar a Morir parece un gran desperdicio de recursos.