
El Estudiante es una producción singular. La película se ve de otro tiempo, como si fuera un caballero lleno de finas maneras, que no encaja en la vorágine irreverente de los tiempos actuales, en los que no hay lugar para el señorío y las buenas costumbres.
Escrita y dirigida por Roberto Girault, la cinta es una apuesta arriesgadísima que busca la complicidad de un público que justificadamente está saturado de películas –buenas y malas– que se han ido por las dos vertientes de moda en México: los dramas pesimistas que muestran lo peor del país, y las comedias pícaras, que no arrancan ni una carcajada.
A un paso de ser una cinta mocha y ‘ñoña’, El Estudiante pretende cautivar a un público que apuesta al rescate de eso que llaman los valores y las buenas costumbres, que no aparecen en ninguna cinta ahora, porque no son tema que vende.
Contiene un discurso de otra época que, tan solo por ello, sorprende y genera simpatía. No muestra palabras gruesas, ni desnudos, ni violencia, ni una sola escena escandalosa. Es una propuesta clasificación doble A, que oscila entre el drama y la comedia, para toda la familia.
La película se centra en un hombre feliz de 70 años, interpretado por Enrique Lavat, que lleva un matrimonio estable y duradero con Norma Lazareno. Un buen día, decide estudiar una carrera, para no quedarse con las ganas de haber pasado por la universidad.
Ajeno, por completo, a la dinámica de los chavos del nuevo milenio, utiliza los preceptos de Don Quijote de la Mancha, su libro de cabecera, para aleccionar las nuevas generaciones sobre el decoro, las buenas maneras, el amor, el romance y los pequeños detalles de la vida, que se han perdido en la urgencia de las sensaciones y la satisfacción instantánea.
Lavat, en la historia, es el mismísimo quijote, cuerdo, pero deambulando en un mundo que no es el suyo. Sin embargo, el veterano, con su sinceridad y transparencia espiritual, hace que la pandilla con la que se reúne –chavos y chavas con problemas personales de diversa tesitura– comience a transformarse.
El personaje es tan alivianado como irreal. El universo donde se desenvuelve es, también inexistente. Por más anciano que esté el estudiante, sabe lo que significan expresiones de la onda, y los significados y rituales de la chaviza.
La película se mantiene al borde de la cursilería y por momentos se adentra en sus territorios, aunque nunca permanece ahí y al final se convierte en un soplo inspirador para los viejos que sienten la comezón de una nueva aventura enriquecedora, y para los muchachos que encuentran que en las tradiciones también hay goces de los que ni se habían percatado.
Jorge Lavat está en un plan superior. En lo que puede ser el último protagónico de su carrera, el tipo muestra un enorme oficio histriónico y se entrega ante la cámara con una honestidad absoluta y ejemplar.
Se percibe que el veterano actor de voz privilegiada, que ha brillado en películas que van desde dramas, comedias, rancheras y telenovelas, se subordinó con humildad a un papel con el que se arriesgaba a manchar su impecable trayectoria de primer actor.
Afortunadamente, su participación es digna y conmovedora, y es el homenaje que hace él mismo a su propia trayectoria.
Por ahí anda circulando una cadena del director Girault que se queja de la escasa exhibición que ha tenido su película en las salas comerciales y reprocha la incomprensión de las cadenas de cine, que la han presentado por escasos días para dar paso a las producciones norteamericanas que acaparan las carteleras y que son más taquilleras.
Como su estreno ha sido limitado, depende de cada quien verla cuando llegue a su ciudad.
Creo que es una cinta diferente, que vale la pena ver porque no se parece a nada de lo que se ha hecho en muchos años en el cine mexicano.