La Misma Luna contiene iguales porciones de drama, comedia y aventuras.
Llama la atención de inicio en La Zona, la alteración del orden del mundo.
La acción ocurre en el Distrito Federal, pero los sistemas político y social, como se conocen, están rebasados. El universo de la cinta dirigida por Rodrigo Plá es absurdo.
Un grupo de vecinos de una zona residencial, se refugia en su fraccionamiento amurallado. Gracias a un amparo, no hay autoridad que pueda ingresar ahí. Se establece un autogobierno con brigadas de ciudadanos armados que procuran la seguridad de todos.
Un accidente provoca la irrupción de desconocidos en el feudo y desencadena un hecho violento, que compromete la privacidad de ese refugio, pero también el orden legal en el que todos se encuentran.
Esta coproducción entre México y España es una oportuna reflexión atemporal sobre los tiempos violentos y la quimera de ciudadanos que, en busca de la protección, piensan en recurrir a extremos totalitarios en donde sólo ellos son el núcleo privilegiado y los demás peligros para la comuna.
No se aleja de la realidad. En sociedades que se aislan ante el temor de las potenciales agresiones del exterior, La Zona anticipa el fracaso de los amurallados exclusivos y advierte sobre los peligros de las sociedades con una ley propia.
Aparecen en la película Daniel Giménez Cacho, Maribel Verdú, Daniel Tavira, Claudio Obregón. Interactúan por escenas. Pero el desarrollo del drama es desconcertante porque no se observa un protagonista. La historia no se decide sobre un personaje a seguir. Pero pronto se revela que el eje es la zona misma, donde ocurren los incidentes.
Los nombres y las personas son un pretexto. Plá enseña las atrocidades en un microcosmos de gente enajenada por la separación del resto del mundo, como en la pesadilla futurista de Orwell, el Gran Hermano lo vigila todo mediante cámaras de circuito cerrado.
Flota en el ambiente de esta colonia exclusiva un aroma aturdidor de surrealismo. No se sabe de algún enclave urbano en el mundo que se rija bajo sus propias reglas. Pero en La Zona se establece una cómoda figura de autogobierno que no sólo es aceptada por los ciudadanos que la animan, sino por las autoridades del exterior.
No hay escapatoria y el fin último es la barbarie que muestra su rostro más horrible cuando personas acomodadas, prósperos empresarios, madres de familia, jóvenes con educación, se convierten en criminales violentos cuando sienten que su mundo de cristal está en peligro y la ira los avasalla.
Las agresiones se repelen a golpes, a machetazos, a tiros. El mundo se ha convertido en un lugar violento porque la gente tiene miedo. Pero el temor se multiplica en la anarquía. Donde no hay ley predomina la voluntad de quien tiene de su lado las armas.
En la era del terrorismo las superpotencias no quieren desactivar sus misiles. En las colonias, las personas no quieren guardar sus pistolas por temor al vecino.
Pero ante una situación límite, como ocurre en La Zona, cualquier persona está dispuesta a transgredir la ley para conservar la vida. Pero nadie está dispuesto a pagar un precio a someterse a los designios de la ley. El libertinaje esconde la sorpresa ingrata de la impunidad.
La Zona es una lección de vida, bien narrada y directa.
Es buen cine mexicano con una idea original y bajo presupuesto.