
En Los Indestructibles, Sylvester Stallone hace su propia fiesta privada, a la que invita a sus amigos más cercanos para hacer con su película lo que quiere.
Claro, a la tertulia también están invitados los fieles fans que lo han seguido a él y a su cohorte, como los amos de las películas de acción en las décadas de los 80 y los 90.
Para hacer su mega película que escribe, produce, dirige y estelariza, Sly invitó a una constelación de ex próceres de la pantalla Jason Statham, Jet Li, Dolph Lundgren, Eric Roberts, Steve Austin y Mickey Rourke.
Por el gusto de hacerlo y por simple capricho, le dio participación a Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger en un memorable cameo.
La mezcla de todos estos grandes nombres de la cinematografía del pasado milenio es explosiva y deliciosa.
La propuesta tiene un fuerte tufo a cinta de acción de la
vieja escuela que, sin embargo, es refrescada por el tono cool de los vejestorios y su desenfadada actitud frente a las cámaras, ante las que demuestran que se divirtieron, comportándose como abuelos adolescentes, hippies motociclistas trasnochados, veteranos que disfrutan sus glorias pasadas.
Es la reunión como una fiesta de abuso de esteroides y cuerpos flácidos de quienes alguna vez lucieron pectorales neumáticos y otros, más jóvenes, que en breve desinflarán sus portentosos corpachones.
Después de haber escrito Rocky, convirtiéndolo en un clásico instantáneo en los 70, Stallone tuvo, desde entonces, escasez de ideas, pero una precisa noción sobre lo que el público quiere en las películas de violencia hecha para el entretenimiento.
Ahora, vuelve a la fórmula: un grupo de mercenarios es contratado para lo que será su último trabajo. En una inventada isla latinoamericana deben derrocar a un dictador y eliminar al poderoso agente de la CIA que lo manipula.
El protagonista es como un Rambo
bananero, insuperable y mortal, que guía a su tropa a infiltrarse en una
fortaleza inexpugnable. Es todo un mix de 12 del Patíbulo y Los Perros de la Guerra.
A Stallone no se le puede acusar de superficial. Así creció haciendo cine. Lo que se ve es su formación sentimental frente y detrás de cámaras, y a sus años difícilmente puede cambiar. Pero además no lo hace nada mal.
Lo que presenta es una producción que llega unos 30 años tarde para el nuevo público, aunque todavía quedan asientos en el cine para quienes vibraron con sus hazañas insólitas, en el tiempo en el que los héroes eran fisicoculturistas.
Las escenas son inverosímiles y requieren complicidad para digerirlas. Están bien coreografiadas y son espectaculares, pero pueden ser motivo de risa para los muchachos de la nueva generación. Stallone quizá nunca ha visto una cinta de Jason Bourne o Jack Ryan, o no se ha dado cuenta que los nuevos protagónicos son genios con gadgets y con más cerebro que músculo.
Los golpes son comandados por Statham y Li, que hacen las piruetas, Stallone y Lundgren, escasos de agilidad, tiran los golpes demoledores. Rourke y Roberts hacen algo de comparsa, siendo simplemente ellos, cínicos, desenfadados, superficiales, y alivianados.
También tiene su participación el gigante ex NFL Terry Crews y los luchadores Austin, Randy Couture y Gary Daniels.
La violencia es cruenta, gratuita y gráficamente explícita. El ingreso de la pandilla a la fortaleza es como el de un grupo de exterminadores que matan cucarachas a raudales. Los enemigos de pésima puntería caen por decenas, mientras a los heroicos filibusteros ruedan con lances plásticos para lucimiento ante la lente.
Todo en Los Indestructibles es complaciente para el público y para los histriones.
Es para verse con ojos de nostalgia. Va dirigida a quienes vieron a todos estos actores en un lejano esplendor.
Chavos, antes de ir al cine, documéntense sobre quienes fueron todos estos señores que todavía tiran patadas.